"¿Por qué me atrevo a habla de Tabasco?"

En el lenguaje judicial existe una máxima que induce y conduce las aristas del actuar institucional: "A confesión de parte, relevo de pruebas", sentencia, y yo como autor intelectual y material de estas líneas dedicadas a mi relación con Tabasco, quiero iniciarlas con una "confesión de parte": ¡Nunca he estado en Tabasco!

En el lenguaje judicial existe una máxima que induce y conduce las aristas del actuar institucional: "A confesión de parte, relevo de pruebas", sentencia, y yo como autor intelectual y material de estas líneas dedicadas a mi relación con Tabasco, quiero iniciarlas con una "confesión de parte": ¡Nunca he estado en Tabasco!

Entonces, si mis pies no han pisado tierra tabasqueña, ni mis ojos han divisado las maravillas naturales y los vestigios arqueológicos que tiene esta tierra privilegiada, ni mi olfato se ha deleitado con el aire que circula por el espacio que cruza de norte a sur y de este a oeste a la entidad, vale hacer el siguiente cuestionamiento: ¿Por qué me atrevo hablar de Tabasco?

Como un apoyo al lector en la parte del axioma relativa al "relevo de pruebas" y como una forma de comenzar una respuesta a la pregunta planteada, resulta importante comentar que aunque no he tenido el privilegio de conocer Tabasco, Tabasco ha estado presente en mi vida desde que tengo uso de razón, y de ese momento a la fecha han transcurrido ya poco más de seis décadas.

He de reconocer que Tabasco, tabasqueña o tabasqueño son conceptos que he escuchado desde mis primeros días en este mundo, al cual arribé en la capital del país en aquel lejano año de 1956, y esto ha sucedido porque durante mi infancia mi padre en casi todo momento traía a colación el nombre de don Carlos Pellicer Cámara, de quien fue alumno en tercero de secundaria en 1945, y que a todos luces con sus comentarios mostraba que su Maestro, con mayúscula, así decía mi padre, le dejó una huella profunda y permanente en su ser, y aunque mi padre no fue poeta, historiador o profesor, siempre tuvo presente la imagen de su Maestro de "Historia Universal" en la Secundaria Número 4, "Moisés Sáenz", en la Ciudad de México.

Y no sólo tenía presente la imagen del poeta, sino también sus palabras. Así, en algún momento de su madurez mi padre escribió para sus descendientes algunos apuntes a manera de recuerdos de vida, y en el apartado en el que se refiere a su paso por la mencionada secundaria, las palabras dedicadas a Pellicer ocupan un lugar preponderante. Escribió unos párrafos que se podrían englobar en tres apartados: descripción física, imagen que proyectaba, y palabras iniciales en clase.

Sobre el primer rubro, anotó:

"Tabasqueño por los cuatro costados. Tendría unos cincuenta años. De tez blanca, apiñonada. Fuerte, siempre de traje cruzado, apretado, con corbata floreada, camisa de cuadros, de sombrero estilo inglés y pipa eterna. De mirada dura e inflexible. Andar cadencioso y despectivo. Cabeza ladeada, y socarrón eterno".

Respecto al segundo, apuntó:

"No quería a los chaparros. Pero en la realidad nos quería a todos. El primer día de clase con sólo mirarlo nos quedábamos mudos de terror".

 Y referente al tercer punto subrayó que las clases las empezaba diciendo en voz alta y escribiendo en el pizarrón lo siguiente:

"Materia + Memoria + Voluntad de Querer = A Historia".

Junto a esto que recordó mi padre, también nos compartía las caminatas por la ciudad y las visitas a las zonas arqueológicas y museísticas ubicadas en las zonas aledañas a la capital del país, que los alumnos hacían junto y guiados por don Carlos Pellicer. Y no sólo las rememoraba, sino que emulando a su Maestro, mi padre me enseñó a caminar por el Centro del Distrito Federal, por Chapultepec, por Xochimilco, por la Basílica de Guadalupe, por Cuicuilco, por el Ajusco, por Teotihuacán, por Tepotzotlán, por Acolman, por Tula, por Xochicalco, por Nepantla,  por Tepoztlán (en donde desde 1965 existe el Museo de Arte Prehispánico "Carlos Pellicer"), y aunque no me llevó a "La Venta", sí me habló de su riqueza y de los Olmecas.

PEPE DEL RIVERO, LÓPEZ OCHOA, LA SANTANERA...

En los años sesenta mi padre formó otra familia por cuyas venas de sus descendientes corre sangre tabasqueña en un cincuenta por ciento, y aunque mi convivencia con mi progenitor se vio espaciada, no por ello dejó de hablarme de Tabasco y de Carlos A. Madrazo (sobre todo cuando ocurrió su trágica muerte), y de Tomás Garrido Canabal y sus "Camisas Rojas" y la balacera en 1943 en el centro de Coyoacán.

Aún sin la convivencia cotidiana con mi padre, la presencia de Tabasco permaneció en mí, ya que en esos entonces pasaban por la radio la canción "Vamos a Tabasco" de Pepe del Rivero, tabasqueño que tuvo una participación importante en la producción de radionovelas, sobresaliendo "El derecho de nacer", o en los comerciales cantados como ese muy famoso que decía "Jarritos, ¡qué buenos son!" (por cierto, en esos entonces mi refresco predilecto era el Jarrito rojo). También era muy escuchada la radionovela "Chucho El Roto" con el actor tabasqueño Manuel López Ochoa encarnando a tan popular personaje.

Sin dejar de recordar a la "Sonora Santanera", formada por Carlos Colorado,  grupo musical que tenía sus oficinas en la colonia Peralvillo de la Ciudad de México, cerca de donde cursé la primaria y la secundaria, y que por lo mismo los veía seguido deambulando por la calle, siempre alegres y amables. Y cómo no traer a la memoria la presencia de Regina Torné e Hilda Aguirre en las películas de la época. Y si del séptimo arte hablamos hay que mencionar "Tiburoneros" filmada en 1962.

Terminados los años sesenta apareció en mi vida la obra del poeta José Carlos Becerra, muerto de manera trágica en 1970 cuando yo cursaba el segundo año de secundaria. Así como la presencia radial y televisiva de Laura León "La Tesorito", y de Chico Che y su grupo "La Crisis", a quien los últimos tiempos de su existencia, finales de los ochenta, veía en la "Plaza Zapamundi", en Canal de Miramontes, al sur de la Ciudad de México.

En tercero de preparatoria, en 1974, en la clase de "Introducción a la Sociología", conocí el nombre y algo de la obra del sociólogo Enrique González Pedrero, por lo que cuando ya estudié Sociología, de 1975 a 1979, en la entonces recién inaugurada Escuela Nacional de Estudios Profesionales (ENEP) Acatlán, de la UNAM, sin dudarlo ni un instante me inscribí como alumno de don Enrique, y en el momento de hacerlo, por cierto, el coordinador de la carrera me dijo que el maestro González Pedrero era muy exigente por lo que me invitaba a pensarlo dos veces antes de concretarlo, y pues me apunté y pude comprobar y beneficiarme de su sapiencia, de su orientación y de sus enseñanzas, mismas que a la fecha me siguen guiando, como aquella que nos hizo en el sentido de que si queremos conocer a un pueblo lo primero que debemos hacer como sociólogos es entender los dichos, adagios, máximas y axiomas de ese pueblo, teniendo siempre presente que en ocasiones pueden ser contradictorios entre sí, y mencionaba dos como ejemplo: "A  quien madruga, Dios lo ayuda" y "No por madrugar amanece más temprano".

En los primeros semestres de mis estudios de Sociología, apareció en cartelera la película "Lo mejor de Teresa" ambientada en Tabasco; y recién terminada la carrera en 1979, se publicó un libro cuya lectura me gustó: "El laboratorio de la revolución (El Tabasco garridista)", de Carlos Martínez Assad. Ya antes, por recomendación de mi padre, había leído "El poder y la gloria", de Graham Greene.

SIEMPRE TABASCO

En los ochenta, cuando don Enrique llegó a Tabasco como gobernador, algunas alumnas y algunos alumnos de Sociología, lo acompañaron, y más de uno de ellos eligió a esta tierra como su lugar de residencia. En esos días por vez primera escuché el nombre de Andrés Manuel López Obrador y me enteré del magnífico trabajo de la escritora Julieta Campos en, por ejemplo, materia de cultura con la apuesta en el "Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena". Y por cierto, a Julieta Campos también la conocimos los estudiantes de la ENEP Acatlán por su trabajo como profesora en la carrera de Letras Hispánicas. Y cuando murió en septiembre de 2007 publiqué un amplio artículo haciendo referencia a algunas anécdotas y comentando su libro "Muerte por agua", publicado en 1965 y que yo conocí en la secundaria en las clases de literatura.

En los ochenta yo prestaba mis servicios profesionales en el Senado de la República, en donde tuve oportunidad de ver el trabajo legislativo y político de legisladores tabasqueños: Humberto Hernández Hadad y Salvador Neme Castillo. Y también por esa época vi por primera vez en persona a Andrés Manuel López Obrador, una mañana en que fue a visitar a Salvador Neme, previo a que éste último fuese nombrado candidato a gobernador del estado. Recordemos que en México se vivían los tiempos del "partido casi único", o de una "dictadura perfecta", como en 1990 la definió el escritor Mario Vargas Llosa.

Y como tuve la oportunidad de trabajar en otras dos ocasiones más en el Senado, en los noventa y a principios de este siglo veintiuno, también pude atestiguar el trabajo de otros legisladores tabasqueños: Nicolás Reynés Berezaluce (quien antes había sucedido en el escaño a don Carlos Pellicer), Óscar Cantón Zetina, Raúl Ojeda Zubieta, Georgina Trujillo, Juan José Rodríguez Prats y Manuel Bartlett Díaz, provocándome una buena impresión, a pesar de que Bartlett y la caída del sistema en el ochenta y ocho, me habían dejado un sabor de boca muy amargo.

En el año dos mil, imbuido por un fuerte localismo, me pareció poco correcto que el Partido de la Revolución Democrática (PRD) eligiera como candidato al gobierno del Distrito Federal a un fuereño, y aunque en el proceso previo mis simpatías estuvieron con un aspirante oriundo de la capital del país y experimentado militante de izquierda desde el movimiento estudiantil del sesenta y ocho, el día de la elección emití mi voto a favor del tabasqueño Andrés Manuel López Obrador, quien con su trabajo al frente del gobierno se ganó mi reconocimiento, a tal grado que cuando en abril de 2005 se enfrentó al pleno de la Cámara de Diputados durante el proceso de desafuero como jefe de gobierno del Distrito Federal, escribí una crónica a la que titulé "Macondo, Tabasco" y en la que hice el parangón con lo narrado por Gabriel García Márquez en "Cien años de soledad" cuando el general Aureliano Buendía (AMLO) se enfrentó al pelotón de fusilamiento (los diputados federales). Un poco antes de este hecho, mi currículum apareció en algún escritorio de la jefatura de gobierno del Distrito Federal y desde ahí me comunicaron que lo enviaron para su atención a la Secretaría de Turismo local, encabezada por la escritora Julieta Campos, pero por compromisos laborales contraídos con antelación no pude incorporarme a su equipo de trabajo. Cosa que aún lamento.

Como se pudo constatar en estas líneas, Tabasco ha estado presente a lo largo de mi vida, y con ello los nombres de personajes como José María Pino Suárez (la estación del Metro de la Ciudad de México que lleva su nombre, ha sido un paso obligado en mi camino por la capital del país), Félix Fulgencio Palavicini, José Gorostiza y del actor Miguel Palmer, forman parte de mi espectro informativo junto a protagonistas más jóvenes como el actor Octavio Ocaña (actor cuya muerte fue realmente indignante), el escritor Ángel Vega, los comunicadores Manuel Pedrero y los hermanos Rodríguez de "El Chapucero", las actrices Bibí Gaytán, Ana Paula del Moral y Paulina Gaytán, y el fotógrafo Misael Sámano-Vargas (una muestra de su obra ya llegó al "Salón de la Plástica Mexicana"). Y una fotografía de la obra "Mujer cargando el ataúd de un pequeño", de Luis Arenal Bastar, tiene un lugar en mi escritorio de trabajo.

Y si Tabasco ha sido una constante en mi órbita debido primordialmente a la información inicialmente recibida en voz de mi padre, durante lo que va de este siglo veintiuno la presencia de las tabasqueñas y los tabasqueños ha sido constante e importante en la vida pública nacional, y me atrevo afirmar que si mi padre no muere antes del proceso electoral de 2018, estoy cierto que la alegría le hubiese llenado la razón y el corazón por el triunfo de Andrés Manuel López Obrador, y ello por dos motivos primordiales: por ser tabasqueño y por ser discípulo de don Carlos Pellicer Cámara.

Y es que ya lo había dicho el Maestro de mi padre: La "voluntad de querer", junto a la "materia" y la "memoria", hacen la "historia". Ah, por cierto, espero que antes de irme de este mundo pueda conocer el Edén, porque "Tabasco es un edén".

*Escritor. Miembro de la primera generación de Sociología de la ENEP Acatlán de la UNAM. Sus dos más recientes libros "Un fenómeno fallido llamado Xóchitl Gálvez" y "Prácticas Funerarias en la Ciudad de México", fueron publicados este 2024. Subtítulos del editor.