Tenemos un sistema fincado en la maximización de poder del que está arriba; cuida los intereses de él y de sus cuates, no de sus conciudadanos y mucho menos los de la nación. Así mismo, nuestros “políticos” y “estudiosos” de la “política” recomiendan entusiastamente a Maquiavelo, a Montesquieu y a otros ideólogos del Modelo Imperial de siglos ya pasados como una solución personal para el poderoso, cancelando a las posibilidades de avance para el país. Para nuestros políticos, el santo patrono es claramente Maquiavelo, no Abraham Lincoln.
Todo esto no sólo va contra la eficiencia sino contra la nación misma, porque ha creado una nación de temerosos. Vemos hacia el exterior para nuestras soluciones. Vale la pena considerar el consejo que dio Abdul Kalam, creador del programa de cohetes de la India, y posteriormente su Presidente, en su autobiografía: “Una ciudadanía que piensa para sí misma, un país de personas que confían en ellas mismas como individuos, sería virtualmente inmune a manipulación por parte de cualquier autoridad sin escrúpulos, o por parte de intereses atrincherados”.
La misma visión la tiene el matemático David Berlinski, en su resumen del impacto de Euclides en nuestro pensamiento y lo difícil que es avanzar en el proceso de entendimiento: “La empresa lenta y dolorosa mediante la cual se derivan los teoremas de la geometría Euclidiana a partir de sus axiomas es un despliegue. El mundo de las sensaciones se retrocede. La mente se expande. Una figura compleja y nueva emerge en el pensamiento, expresando las relaciones entre los axiomas de un sistema, sus teoremas, y sus ilustraciones. No se percata de la relación de inmediato; debe ser entendida. No es inmediata; debe ser adquirida.
“Un sistema axiomático es como la sonata o la novela del siglo decimonoveno. Donde la audiencia escucha una sucesión de melodías, el matemático escucha un tema y su desarrollo. Un sentido de coherencia tiene que ser ganado. Y no puede ser regalado. Y esto no viene fácilmente”.
Y debo de agregar el gran valor revolucionario del pensamiento, donde dice: “Hombres temen el pensamiento como no temen ninguna otra cosa en la Tierra --- más que la ruina, más aún que la muerte. El pensamiento es subversivo y revolucionario, destructivo y terrible; el pensamiento no tiene piedad para el privilegio, instituciones establecidas, y hábitos confortables; el pensamiento es anárquico y sin respeto para las leyes, indiferente a la autoridad, sin cuidado para la sabiduría comprobada de las épocas. El pensamiento ve el fondo del infierno y no tiene miedo. .. El pensamiento es grande, rápido y libre, la luz del mundo, y la principal gloria del hombre”. (Bertrand Russel, B. Trevor Grieve, T. Dunnes)
En nuestro país, las tareas intelectuales están castigadas. Por ello, intelectualmente, no tenemos claro cuál es el problema porque no hay una articulación clara del problema por parte de nuestros líderes, y no se les ocurre que sea su modelo mismo el problema inmenso. Ellos lo reducen a un problema individual y la solución mediante el modelo existente en donde hay mucho dinero llegando al político. Y el político reparte esto, y en general se queda con una buena parte.
Ellos quieren estar en ese reparto; no quieren estar en otro modelo que va a producir mucho más, pero que va a repartir según los criterios de eficiencia y no por influencias y compromisos políticos, no por solicitudes abyectas y degradantes al gran emperador. Y naturalmente están inseguros de la parte que les tocaría por los criterios de eficiencia aplicados en el Mundo Desarrollado. Más que nada, pierden su poder absoluto. ¡Qué pesadilla tan terrible! Pero hay salidas, como lo hemos visto y veremos en nuestras reflexiones y experiencia. (EL AUTOR ES DOCTORADO EN ECONOMÍA POR LA UNIVERSIDAD DE PENNSYLVANIA, 1971. COLABORADOR DE DIARIO PRESENTE)