¿A quién le importan los periodistas? La semana pasada fue el Día Nacional del Periodista en memoria de Manuel Caballero, aunque parece tener mayor arraigo el Día de la Libertad de Expresión, el 7 de julio. En ambas fechas se honra la libertad para debatir ideas, así como el ejercicio de dar a conocer información que sea de interés público, particularmente toda la que se refiera al ejercicio del poder, el destino de los recursos públicos y el desempeño de las autoridades en sus encargos de diversos tipos.
En la actualidad corren días complejos para el gremio de los periodistas. El respeto al gremio, cierto estatus honorífico derivado del reconocimiento a su labor, se ha ido diluyendo. Tienen fundamento los reclamos al periodismo chayotero, a la nota del embute, el chantaje y la extorsión Y hay que entender este modo desleal de ejercer como lo que es: fruto de la corrupción política de un sistema que, por muchos esfuerzos que se han hecho, se niega a morir. No obstante la dádiva de ayer que tuvo un relumbrón de ostentación glamorosa, hoy se asemeja más a una sencilla limosna; la información que se negociaba antes para cobrar por guardar silencio es hoy más barata, menos efectivo el "golpe" ante el aluvión cotidiano de noticias.
La tecnología ha provocado de una misma información se repita sin esfuerzo en todos los medios y canales, parece haber una saturación de novedades, pero el contenido noticioso de calidad es más bien escaso. Todos llevan la nota del día y muy pocos se esfuerzan en tener una nota exclusiva. En parte porque el trabajo de reporteo se ha abaratado y resulta más difícil, costoso y menos redituable esmerarse en llevar una información especial. Tampoco el público la valora en un entorno donde otra información parece inmediata, abundante y gratuita. Por si fuera poco, los periodistas cada vez más son desplazados por generadores de contenido o influencers que dominan las plataformas digitales.
Así, un periodista promedio es un trabajador, idealmente un profesionista, mientras que un generador de contenido o influencer ha sabido ser emprendedor y venderse como marca. Aunque algunos periodistas son verdaderos generadores de contenido y discusión, su labor está siendo desde hace tiempo, y cada vez más, menospreciada hasta por los diversos actores que están en cargos públicos y los ciudadanos.
Esto se pudo apreciar recientemente con el segundo "culiacanazo", en el que periodistas de Sinaloa se vieron impedidos de realizar su labor a cabalidad. Por el evidente riesgo para su vida, integridad física y patrimonio que implicaba salir a las calles tomadas por la delincuencia organizada. Por la absoluta falta de condiciones dignas para realizar la cobertura ante la falta de apoyo de los propios medios de información, que muchas veces no los dotan de vehículos, gasolina, ni siquiera salarios dignos o prestaciones. Y, más lamentable aún, por la falta de apoyo de la ciudadanía.
Se aprecia en esta conversación en Twitter. Aarón Ibarra, de Culiacán, decía: "dejen de romantizar al oficio del periodismo, no es heroico. Tenemos familia y muchas necesidades. Lo hacemos porque nadie quiere hacerlo y con condiciones precarias porque es mal pagado. Se notó en la cobertura de hoy en #Culiacán, no pudimos de plano". Un usuario le contestó: "si esta mal pagado, lo hacen de forma precaria, es riesgoso, está en peligro la vida y nadie lo quiere hacer es por algo. Hay muchos reporteros que por más pasión que tengan por ese trabajo se dedican a otra cosa porque hay que mantener una familia. No quieras que te aplaudan". A lo que el reportero concluyó que no buscan aplausos, solo condiciones dignas para trabajar. Y como no las hay, sí, se dedicará a otra cosa.
Sin embargo, a medida que el periodismo es más precario, y en el reporteo diario quedan a quienes no les queda otra mientras otros profesionales muy valiosos se van, el debate se empobrece y la calidad de la información también. El problema, como señala Aarón Ibarra, es que "al periodismo le hace falta ciudadanía que lo acompañe", porque se trata de un servicio público mediante el cual se construye la realidad de lo que conocemos y discutimos. Pero sus riesgos y costos los asumen los periodistas en su carne y sus necesidades.
Habrá que revalorar el trabajo de los hombres y mujeres que cada día salen bajo el sol y la lluvia, a preguntar a quienes ostentan el poder lo que se les debe preguntar, lo que interesa saber, a quienes se acercan a la gente a preguntar sus problemas, los escuchan y se apersonan para narrar las carencias que enfrentan. Hay que valorar, especialmente, a los que sí saben escribir e investigar, además de contar historias. Porque son los periodistas parte fundamental de la construcción de lo público, gracias a ellos sabemos quiénes son los que gobiernan y cómo lo hacen. Y así, de alguna manera, contribuyen también a ir haciendo la historia.