De Carlos Pellicer admiramos casi siempre su ilustre figura como poeta. No es tan común que nuestra mente consigne su perfil de político y ferviente luchador social que sirvió de ejemplo a una buena cantidad de jóvenes del último tercio del siglo pasado.
Pellicer fue electo Senador de la República por Tabasco en 1976, y pocos meses después, el 16 de febrero de 1977, acudió a su cita con la muerte. Ayer se ajustaron 46 años de su partida.
Hay que destacar los sólidos principios ideológicos que lo caracterizaron. Fueron la justicia, la igualdad, la libertad, la educación y la cultura algunas de sus grandes causas.
En su juventud abrevó de José Vasconcelos, de quien fue colaborador cercano, la idea de que la pobreza y la ignorancia eran los peores enemigos de la sociedad mexicana.
El pueblo, sostenía Vasconcelos y entronizó Pellicer, solo estimaba "a los sabios de verdad, no a los egoístas que usan la inteligencia para alcanzar predominio injusto", sino a los que sabían "sacrificar algo en beneficio de sus semejantes".
El discurso que el poeta de América pronunció en el Monte de las Cruces, en Huixquilucan, en 1930, tiene profundas raíces en las ideas de Vasconcelos. Es un mensaje que sobresale por el genuino paralelismo con las nociones del gran pensador y maestro de la juventud, quien sostenía que "ningún día es glorioso si no lo alumbra la libertad. La tiranía es la causa principal del atraso de los pueblos españoles de la América. Y mientras no logremos arrancar por completo el vestigio de despotismo no tenemos derecho ni para envanecernos del pasado, puesto que somos indignos de él, ni para confiar en el porvenir, puesto que los pueblos esclavos no tienen o no merecen tener historia".
Repito: en esta ideología vasconcelista se enfunda buena parte de la proclama de Pellicer de aquel lejano 16 de septiembre. Compárela usted con lo que dijo el tabasqueño:
"El anhelo de la libertad es el más noble fruto que ha cuajado el corazón humano, porque solo siendo libres, porque solo no siendo esclavos podemos no odiar, no tener rencores y hacer de nuestra vida sin rencor y sin odio el acto de justicia que Dios nos ha ordenado...
"Para ser justos es necesario ser libres. Los sentimientos de justicia son hijos de la libertad, pues nunca siendo esclavos podremos ser justos...".
La enseñanza es clara. La ruta trazada para los políticos contemporáneos, también.
Llegar al poder y quedar ensimismados en los intereses propios, sin la sensibilidad para escuchar a los ciudadanos y responder a sus demandas es hacerlos esclavos de sus infortunios, presa fácil de las injusticias. Un mal gobierno, perpetrador de iniquidades, termina por sucumbir ante la voluntad del pueblo, cuya animadversión y descontento logran imponerse más tarde que nunca. En aquella memorable pieza de oratoria, Pellicer lo expresó así:
"Hace 400 años los mexicanos perdieron su libertad por culpa del mal gobierno del rey Moctezuma. Ese monarca impuso por la fuerza contribuciones injustísimas a los pueblos que formaban el gran Imperio Azteca, y los pueblos, así oprimidos, lo odiaron a muerte y juraron venganza. Cuando los españoles llegaron a nuestras tierras encontraron fácil la invasión y la conquista, ofreciendo a los indios oprimidos su apoyo y ayuda para acabar con Moctezuma y su tiranía".
El mensaje es contundente: puesto que todo gobierno tiene la elevada responsabilidad de conducir a una comunidad hacia las metas de justicia social y bienestar común, será bueno si lo consigue y malo si no.
Sin duda, Vasconcelos tuvo fe en jóvenes como Pellicer para transformar la patria. Ambos se profesaron enorme admiración y entrañable afecto. Muy cierto es que, al amparo del autor de Ulises Criollo, Pellicer —otrora líder estudiantil— afinó su sentido político.
A la distancia podemos decir que uno y otro nos legaron la conciencia de que los hombres y las mujeres de saberes grandes deben ocupar posiciones estratégicas para hacer transformaciones grandes.