La Patria se manifestó el pasado 27 de noviembre en el Zócalo de la Ciudad de México. Lo hizo para celebrar el cuarto aniversario de la toma del gobierno por el pueblo y para expresar su alegría por lo acertado de su decisión. Andrés Manuel López Obrador –el líder indiscutible de tal hazaña- recibió la muy amorosa confirmación del respaldo que le otorga; no es poca cosa, a través de una criminal pandemia y en medio de una severa crisis de la economía mundial, México se recupera y progresa con justicia social. Son muchas y muy satisfactorias las acciones informadas por el Presidente a las que no me voy a referir, aunque recomiendo mucho su lectura y análisis por todo el pueblo.
Quiero dedicar este artículo a lo que me parece de mayor sustancia porque es lo que da lugar a todo lo demás. El amor al y del pueblo, claramente el factor determinante de la transformación, y el humanismo como soporte ideológico del ejercicio del poder. Desde el gobierno del Gral. Lázaro Cárdenas el pueblo ya nunca supo de dar y recibir amor; poco apoco los afanes reivindicatorios de la Revolución Mexicana se fueron diluyendo hasta desembocar en el más feroz agravio del neoliberalismo salinista y sus consecuencias. El robo de sus riquezas, las naturales ostensiblemente, pero la más importante la de su dignidad, durante más de treinta años reducida a golpe de fraudes y traiciones corruptas para beneficiar a unos cuantos y al exterior.
Largos años de salir a tomar la calle para manifestar el enojo popular; de exigir infructuosamente el respeto a la vida digna; de rechazar el despojo y la burla de los potentados en calidad de viles ladrones que se creían dueños, de injusticia en resumen. El pueblo no existía para ellos, era simplemente la masa manipulable con migajas y televisión enajenante.
Por muchos años mujeres y hombres lucharon por rescatar al pueblo de sus opresores y de sí mismo; de la frustración de los fraudes y de la represión desde poderes infames, peleles de la ambición imperial. Larga lucha que fue colmando el vaso hasta que se derramó en 2018. El pueblo despertó al grito de ¡Ya basta! y, a base de votos, tomó el gobierno y recuperó su soberanía, entre la gritería de quienes fueron desplazados, los grandes medios de comunicación entre ellos. Durante cuatro años ha venido construyendo el verdadero poder en manos del pueblo, en calidad de soberano.
AMLO logró transformar el coraje de la gente en amor a su liderazgo y respondió con amor desaforado e incansable; con el vigor de un veinteañero y la sabiduría de un sesentón. Ajeno a los formalismos del protocolo acartonado mantiene una cada vez mayor ligazón con la mayoría que lo sigue y lo aclama. Las imágenes de la marcha del pasado domingo mostrando una cabeza blanca entre un mar de personas que le acompañaba, son muestra palmaria de ese amor recíproco. Humildad digna y honesta del receptor y entrega enjundiosa por los dadores. Sin engaños ni trampas, con plenitud.
Amor al político que sirve con amor. Gozo en la identificación. Emoción de sentir orgullo de pertenencia a una Patria que a todos abraza y a la que todos se entregan. Esto es el significado profundo de la Cuarta Transformación y la garantía de su promisorio futuro. El odio no tiene cabida.
Un renovado y moderno humanismo nutre ideológicamente al fenómeno que nos está tocando vivir y en el que estamos profundamente involucrados. Las mujeres y los hombres en el centro de gravitación de la sociedad entera; sufelicidad como objetivo. El sentido de lo solidario y lo colectivo de nuestras más hondas raíces; la cultura milenaria de la resistencia y la lucha libertaria. La utopía del bienestar y el amor al prójimo dan rumbo y sustento a la transformación de la vida pública mexicana. ¡Vámonos queriendo recio, que se siente bien bonito! ¡Amor con amor se paga!
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