Perdieron dinero, poder, prestigio, influencia. Eran -o al menos eso pensaban- quienes definían el rumbo del país. Ante ellos, y deslumbrados por su inteligencia, los gobernantes caían rendidos. Más que ideólogos se sentían titiriteros de una clase política a la que despreciaban. ¿Cómo no van a estar encabronados con López Obrador si lo culpan de haberlos despojado?
Uno le dice al Presidente “pendejo y petulante”. Otro nos compara, a quienes votaremos en la consulta ciudadana del 1 de agosto, con los perros de Pavlov. En las páginas de los diarios, las aulas y los lugares públicos, quienes forman parte de la élite intelectual y los más connotados líderes de opinión nos tachan de ignorantes, nos dicen fanáticos, imbéciles, nos descalifican y desprecian solo por haber votado por él y por continuar apoyándolo.
En los medios digitales pierden la compostura y dan rienda suelta a su encabronamiento. Destilan la misma rabia con la que quienes operan las granjas de bots saturan la red. Sin ningún miramiento recogen y amplifican las mentiras que el aparato propagandístico de la derecha conservadora esparce. La furia -que buscan contagiar a otros- ha terminado por cegarlos.
Pese a sus títulos universitarios, a su experiencia en los medios, no logran entender las características únicas del proceso de transformación que vivimos en este país. Aquí la mayoría de las y los mexicanos decidimos, en 2018 y lo ratificamos en la última elección intermedia, que era necesario un cambio de régimen. No nos movieron ni la ignorancia ni el hartazgo. Fue por dignidad y por conciencia que nos pronunciamos por una transformación pacífica y democrática pero radical.
Más que acotar la democracia, como sucede en las revoluciones, le dimos a López Obrador el mandato de expandirla y profundizarla. No se habían intentado antes, en ningún país, transformaciones como la que se está produciendo en México sin que el Estado asumiera el control de la prensa, reprimiera a los opositores, impusiera un partido único y controlara rigurosamente los procesos electorales para torcer impunemente la voluntad ciudadana. Así hicieron el PRI y el PAN mientras estuvieron en el poder.
Nada de eso sucede en México. Las y los intelectuales y líderes de opinión hacen, escriben y dicen lo que les da la gana. Los medios que atacan con una virulencia inaudita al Presidente, no enfrentan jamás consecuencias de ningún tipo. La oposición hace lo mismo en la tribuna parlamentaria, en los medios y en las calles. El partido al que pertenece se juega la vida en cada elección sin que desde el poder se le apoye.
Aquí, en lugar de perseguir y encarcelar a sus antecesores y sacar así raja política, López Obrador se ha pronunciado por el “punto final”. Tocará a la gente decir, este 1 de agosto, si se les juzga o no. Más allá de eso, este hombre al que la derecha llama dictador ha decidido poner, con consulta para la revocación de mandato, su propia cabeza en la picota.
No le perdonan la élite intelectual y los líderes de opinión el haberlos desplazado del poder, el cortarles el presupuesto, menos todavía que les exhiba cuando mienten y cuando, cegados por la rabia, se exceden. Están en su derecho.
Yo, por el bien de este país al que tanta rabia y tanto resentimiento han crispado peligrosamente, les hago otra modesta proposición y les llamo a que, en lugar de empeñarse en destruir la democracia, la aprovechen y con argumentos y por las buenas, intenten frenar el juicio a los expresidentes y quitar a López Obrador.
@epigmenioibarra