La tragedia del desastre de Otis en Guerrero cala las fibras más sensibles de los tabasqueños por lo mucho que se parece a lo que vivimos en 2007. Mucho ha cambiado en los últimos 16 años, pero la escena es similar en su dimensión material y humana. La desesperación de haber perdido lo poco que se había conseguido en una vida de esfuerzo, la zozobra de las horas que transcurren sin encontrar a un familiar o amigo, la solidaridad del vecino, de los mexicanos y extranjeros, la necesidad de protegerse de los merodeadores que acechan para llevarse lo que puedan, la extrema necesidad que desborda pasiones y hace necesario que haya elementos de seguridad capaces de resguardar el orden.
Nosotros sabemos muy bien que un evento como éste puede cambiar las vidas de las personas. Que hay planes, sobre todo de los más jóvenes, que quizá se atrasen o de plano no puedan llevarse a cabo ante la necesidad de reconstruir o quizá hasta ir a otro lugar a empezar de nuevo. Las oportunidades que se pierden son costos imposibles de medir y merman a las personas de formas profundas, mucho tiempo después que se han ido los medios o se han terminado de estimar los daños materiales.
Hay algo profundamente distinto en lo que ocurrió con Otis, y es que pocas horas antes de que golpeara en tierra nadie esperaba, porque nadie había podido prever, que en tan poco tiempo esa tormenta alcanzara la fuerza de un huracán categoría 5. Fue una situación totalmente imprevista, que hasta hace poco era bastante improbable, pero que, gracias al cambio climático, puede ser más frecuente.
Una de las grandes lecciones de las inundaciones de Tabasco fue la necesidad de invertir en materia de protección civil, en sistemas efectivos capaces de alertar a la población con tiempo suficiente para prepararse; que la ciudadanía sepa qué hacer, a dónde acudir y cómo salvar su vida. Son sistemas con menos fama pero igual importancia que la alerta sísmica, tan arraigada en la cultura de la Ciudad de México, pero que no han acabado de refinarse a ese nivel.
Desde las inundaciones de 2007, es seguro que la tecnología ha mejorado y habrá equipo de monitoreo que haya dejado de funcionar, pero incluso si tuviéramos toda la tecnología que hiciera falta, el cambio climático ha llegado a un punto en el que ningún modelo de los que existen pudo predecir que Otis iba a tener una intensificación tan acelerada.
Mientras, el tema del calentamiento global y el cambio climático todavía parece asunto de científicos o especialistas. Si bien ha empezado a permear la conversación cotidiana, es en un de resignación o superficialidad, no se llega a la conclusión evidente: es necesario que quienes están en el poder y toman decisiones que nos afectan a todos estén conscientes de este problema. No sólo que se queden en la expresión de si lo conocen o les preocupa, sino que haya planes, presupuestos y propuestas que vayan al terreno de la inversión para la prevención y atención de desastres.
No hay que perder de vista que esta tragedia ocurre luego que en este año se rompieron todos los récords de los meses de julio, agosto y septiembre más calurosos de que se tenga registro en la historia. Conforme al más amplio estudio en la materia, conocido como el Reanálisis Japonés de 55 años, septiembre pasado fue 0.5 grados más cálido que el récord anterior y 1.8 grados más caliente comparado con la era preindustrial.
La perspectiva para 2024 no es alentadora, pues se prevé que El Niño profundice esta dinámica global de calentamiento, que tiene como consecuencia que en la temporada de lluvias haya más tormentas que puedan intensificarse rápidamente, como Otis.
Más allá del temor a huracanes, lluvias intensas e inundaciones que los tabasqueños tenemos muy arraigado, y con justa razón, estos fenómenos tanto de calentamiento como de tormentas extraordinarias tiene repercusiones directas en la economía. En Acapulco es evidente el impacto inmediato en el turismo, pero también puede haber fuertes repercusiones en la producción de alimentos, a medida en que la temporada de seca, fríos fuertes o lluvias e inundaciones se vuelvan más difíciles de predecir.
Por todo esto, es urgente que estos temas salten de los papeles de los investigadores o la plática de sobremesa al ámbito político, en especial, entre aquellos que aspiran a llegar a cargos desde los que tomen decisiones.