Quienes piensen que la política es todo, o lo más importante, se engañan. Todo y lo más importante es lo que sucede más allá de la pantalla o del periódico, más allá de lo público, en lo íntimo y personal, la vida en toda su nimiedad y complejidades, eso desafiante, satisfactorio, cansado, feliz y contradictorio de cada instante, aquello que nos empuja cada día a salir, buscar, dar, existir.
La semana pasada fue un poco difícil. Arrancamos en el vilo de no saber qué había sido de Regina, la niña de tres años que desapareció en el área de juegos de conocido restaurante de Villahermosa. La desesperación de sus padres se transmitió prácticamente en vivo, los esfuerzos en la búsqueda de la niña se hicieron virales, cuando apareció un cuerpo en el río Grijalva hubo transmisiones en redes. Para cuando las autoridades confirmaron que era el cuerpo de Regina, prácticamente cada tabasqueño se había enterado de la tragedia y tenía una opinión.
Muchos olvidaron lecciones básicas de periodismo y ética. Se hicieron afirmaciones sin autoridad ni pruebas, tal como si de reporteros se hubieran convertido en fiscales o jueces. Circularon fotos del hallazgo tales que se puede sospechar que se cometió el delito que sanciona la llamada Ley Ingrid, ya en vigor en el estado de Tabasco.
El año pasado se reformó el Código Penal y se adicionó el artículo 285 bis, que impone hasta seis años de prisión y mil días multa a la persona servidora pública que, de forma indebida, difunda imágenes, información reservada, indicios o evidencias relacionados con un procedimiento penal o con una investigación de hechos delictivos, sanciones que aumentan una tercera parte si la información menoscaba la dignidad de las víctimas o sus familiares, si se trata de cadáveres de mujeres, niñas o adolescentes o se refiere a las circunstancias de su muerte, de las lesiones o del estado de salud de la víctima.
Al calor de la nota roja, en el caso de Regina, circularon imágenes de su cuerpo que jamás debieron pasar al dominio público y que se debe investigar si fueron compartidas por los servidores públicos que tenían la obligación de acordonar la zona, colaborar en el levantamiento o las investigaciones. Porque de ser así, esos servidores públicos incurrieron en delito y la Ley Ingrid no debe caer en saco roto.
Fue lamentable que muchos juzgaran con tanta dureza a los padres de Regina, especialmente quienes también tienen hijos. Como si fuera posible criar sin cometer errores, como si no fuera cierto que absolutamente todos los padres en algún momento se confían o descuidan. Algo falla ahí donde cualquier ciudadano se erige en un juez tan duro, antes de tener empatía. Si no es posible la compasión, al menos debemos tener la capacidad de distinguir el error del dolo.
Para cerrar la semana, nos enteramos del deceso de Cecilia Priego, actriz e incansable promotora del teatro en Tabasco que sucumbió al cáncer. Una persona joven con muchas ganas de hacer y dar tanto más de lo que pudo. Recién había tomado protesta como licenciada, y compartió feliz el momento a pesar de que la lucha contra su enfermedad la tenía en silla de ruedas, mientras enfrentaba esa batalla por tercera vez.
Pérdidas así, de personas jóvenes, talentosas y con gran capacidad para disfrutar la vida, siempre llenan de consternación. Hay algo profundamente absurdo e inexplicable en ellas. Como perder a un hijo en un parpadeo. Como cuando alguien sano y fuerte se deshace de su salud y su vida convencido de su incapacidad para vivirla. Todas circunstancias diferentes, hasta opuestas, muy dolorosas y trágicas.
Contrasta mucho cómo ese instante que unos viven en una incomprendida angustia o pesar anónimo, o inmersos en una absoluta falta de ganas de nada, para otros es una oportunidad por la que darían todo pero no les alcanza.
La vida, eso tan frágil y valioso, ya es difícil tal como es. La única razón por la cual la política tiene alguna importancia porque es el instrumento que tenemos para ponernos de acuerdo sobre cómo protegernos en nuestra vulnerabilidad como personas, cómo evitar los flagelos de la pobreza, la violencia, la intolerancia y enfrenar los desafíos de la humanidad. No hay que distraernos lo que en verdad importa, aún si ello implica tratar de hacernos mejores personas. Hacen falta ciudadanos capaces de orientar la discusión pública hacia los temas que importan, de exigir mejores políticos, mejores servidores públicos y mejores periodistas.