Se equivoca quien piensa qué, allá en la Corte de Nueva York, se juzga solamente a un alto exfuncionario mexicano, a un exjefe policiaco, al confidente, estratega, amigo y mano derecha de Felipe Calderón.
No solo Genaro García Luna está sentado en el banquillo de los acusados. No solo se exhiben y se juzgan -parcialmente- sus corruptelas.
Se juzga a dos gobiernos, a dos Estados, a dos regímenes; a sus políticas, a su diplomacia, a su sistema financiero, a sus agencias, a sus corporaciones policiacas y de procuración de justicia, y a sus dirigentes del más alto nivel.
Todos los testimonios vertidos en el estrado, además de mostrar una vergonzosa y terrible imagen de México, nos hablan de cómo opera, de manera igualmente indigna, vergonzosa y terrible, un sistema continental de dominación.
Y nos hablan también de cómo, la corrupción, la fusión entre crimen organizado y gobierno, el cinismo, el descaro con el que, desde el poder, se medraba con la muerte, se presentan a ambos lados de la frontera.
El primer acusado; ese del que, en el juzgado no se habla ni una sola palabra, al que ni los fiscales, ni el juez se atreven a tocar y al que la defensa pretende utilizar, en una acción a mi juicio suicida pues lo exhibe cuando trata de exonerar a García Luna, es el propio gobierno de los Estados Unidos.
Egresado (después de estudiar en la UAM) de la Universidad de Miami, el que fue conocido como "súper policía" es, de pies a cabeza y desde el principio de su carrera, una creación de los norteamericanos.
Fue el hombre de Washington en el CISEN y sustrajo, para sus patrones en la CIA, la DEA, la ATF, la Agencia Nacional de Seguridad, información de inteligencia que sirvió para ahondar y perfeccionar ese sistema de dominación imperial.
Fue el hombre de Washington en el gobierno de Vicente Fox; el creador de esa caricatura del FBI; la Agencia Federal de Investigaciones.
Lo condecoraron los estadounidenses, los distinguieron sus más altos funcionarios, para posicionarlo, para construir su leyenda, y para convertirlo en el operador principal de su diplomacia armada.
Le convenía a Washington que Felipe Calderón se robara la presidencia. A un usurpador no le queda más remedio que aplicar la mano dura y rendirse ante una potencia extranjera.
A la legitimidad de la sangre apostó Washington y García Luna, que fue su intérprete, su hombre en el terreno, uno de los operadores del fraude electoral, terminó sentado a la diestra de Calderón gestionando la matanza.
"Padrote de la muerte" llamo Jaime Sabines al cáncer. "Padrote de la muerte" fue y es Genaro García Luna; un cáncer para México, un gerente a cargo de fuerzas asesinas que hicieron, de una guerra impuesta, un enorme negocio para la industria armamentística de los Estados Unidos.
Porque sentado en el banquillo de los acusados está también Wall Street, está todo el sistema financiero estadounidense, al que oxigenan las guerras que libra fuera de sus fronteras y también el dinero de los carteles de droga a los que dice combatir y a los que la economía norteamericana necesita.
Ese mismo sistema donde se diluyeron esos más de 700 millones de dólares que, con su propio sistema criminal, robó al erario, a lo largo de 18 años, García Luna.
No habrá de condenar el jurado al gobierno de los Estados Unidos, pero, toda la evidencia, toda la sangre derramada gritan que es culpable. Como culpables son los tres hombres que, instalados en Los Pinos, sirvieron a Washington hasta la ignominia; Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.
Y culpables son sus partidos; el PRI y el PAN.
Y culpables son los medios que forjaron la leyenda de García Luna y los periodistas qué, alquilándose para sus montajes, facilitaron su ascenso o esos otros que, con más enjundia que sus propios abogados, lo defienden hoy.
No se juzga pues a un hombre ni a un país. Se juzga a dos regímenes y a sus instituciones. Se juzga a ese régimen al que las y los mexicanos, hartos de tanta corrupción, echamos del poder en el 2018 y al que una oposición ciega y rabiosa quiere restaurar.
@epigmenioibarra