Nuestros políticos: Deberían ser ejemplos morales y líderes cívicos…y pues no

Tenemos una ciudadanía insatisfecha con la democracia que hemos construido

El 2 de julio del año 2000, México ingresó al conjunto de países regidos por un gobierno surgido de elecciones limpias, libres y competidas por primera vez en su larga historia. Luego de setenta años de gobiernos electos en el contexto de un régimen de partido único que controlaba los resortes de poder estatal, las elecciones intermedias de 1997 y las nacionales de 2000 fueron las primeras en las cuales la competencia abierta y el sufragio universal libre y secreto permitieron traducir preferencias individuales en una decisión colectiva de manera no distorsionada (Becerra, Salazar y Woldenberg, 2000). En las próximas elecciones del 6 de junio nos jugamos una situación similar ya que tendremos que elegir entre la vieja, o antigua, estructura política compuesta por los partidos tradicionales (PRI, PAN Y PRD) más la reciente formación MORENA que comandada por el líder veteranísimo AMLO, rompió con todas las expectativas y se convirtió en el movimiento más grande de todo los tiempos en México. La otra posibilidad es votar “tres de tres” y entregarle nuestra confianza a MORENA por al menos tres años más para que pueda consolidar sus propuestas y cambios sin apenas oposición, ni contratiempos. En este contexto no es sorprendente que diversos estudios hayan calificado a la cultura política mexicana como heredera de una tradición marcadamente autoritaria. Repetidamente, se ha mostrado cómo los ciudadanos mexicanos no están contentos con su Gobierno y su clase política, y cuando se intenta explicar este malestar, se suele argumentar que el Gobierno no es eficaz, lo que dificulta la situación económica y de seguridad. Sin embargo, los datos empíricos sólo confirman esa hipótesis limitadamente, pues sí parece haber una relación entre la evaluación del Gobierno y la percepción subjetiva de economía y seguridad, pero dicha relación desaparece cuando se sustituye la percepción de ambos temas por datos objetivos sobre ellos. El desempeño del Gobierno no parece, entonces, ser la única causa de su desaprobación. Los ciudadanos esperan mucho más que sólo funcionarios eficientes, pues desean ver en ellos a figuras morales y líderes que sean ejemplos de civismo. El incumplimiento de estas demandas morales parece determinar mucho del descontento ciudadano hacia los políticos e instituciones, al menos respecto al desempeño de los funcionarios. Este es el punto que la actual clase política no quiere ver: Necesitamos y exigimos gente que se crea lo que dice y haga lo que se cree. Con ideas muy arraigadas en la ciencia política, pues la secularización del Estado suele reducir a los gobernantes a meros tomadores de decisiones desprovistos de toda sacralidad, cuando los ciudadanos queremos ideas que provengan de la sociología, historia y antropología, que describen un ejercicio del poder político lleno de connotaciones morales y simbólicas. Tenemos una ciudadanía insatisfecha con la democracia que hemos construido, pero sin nuevas propuestas y no se perciben acciones contundentes orientadas tanto a ordenar el caos político como a mejorar la calidad de vida, que es por lo que finalmente hemos votado. Quedan alrededor de 15 días para que se ajusten los discursos y nos convenzan de la buena fe de sus propuestas y la creencia en sus proyectos. Pero si no hay sinceridad ni respeto con el elector tengan por seguro que esto ya no es lo que era en el 2019. Se terminaron los cheques en blanco y las fotos en negro.