¿Y de ahí?

Qué aprendimos de la pandemia


El 9 de enero, pero de 2020, fallecía la primera víctima mortal de coronavirus, un hombre de 61 años, asiduo cliente del famoso mercado de Wuhan, en China. A cuatro años que dio inicio la pesadilla social y económica de la que empezamos a recuperarnos, parece un chiste o un mal sueño el recordar que hubo un momento en que se planteó que la pandemia sería el fin del capitalismo, que habría una revolución de las conciencias que nos haría mejores personas.

No obstante, vale la pena preguntarnos qué aprendimos. Es difícil contestar, cuando seguimos viendo personas que escupen en la calle, en medio de grandes aglomeraciones de personas. Cuando a muchos se les olvidó de nuevo la frecuencia con que es necesario lavarse las manos, cuando vemos que prácticamente no existe la cultura de usar cubrebocas cuando alguien tiene gripa o tos. La revolución del trabajo a distancia sólo se afianzó en algunos sectores económicos, como la programación, pero al resto de los que se adaptaron a trabajar en casa, les haya caído bien o mal, los han devuelto a la normalidad del tráfico para ir y venir de la oficina.

Hemos vuelto a la normalidad "normal", superando la que en su momento fue nueva, con la famosa Susana Distancia, los cubrebocas en el bolsillo, la bolsa, el carro, el cajón, de corbata o pulsera para cualquier emergencia u olvido. Pero es imposible volver atrás, porque en las fiestas se sienten las ausencias de los que la pandemia se llevó y el presente está minado de desafíos que ahora buscamos enfrentar con más optimismo.

Que sí, los niños y los jóvenes que crecieron en esos cuatro años en una no normalidad tienen secuelas cognitivas y sociales. Muchachitas que se cubren la cara para evitar salir en las fotos, porque se acostumbraron a tener el rostro tapado con el cubrebocas y ahora que han crecido están llenas de inseguridades, muchachitos con problemas similares así como también serias dificultades para socializar. Niños con problemas de lenguaje o desarrollo, que no aprendieron como debió haber sido porque la educación a distancia fue un remedio para una gran necesidad. Ahora que podemos estar cerca, ahora que tenemos tiempo, que no haya más distancia entre nosotros. Entre todos podemos y debemos ayudarles a superar estas carencias, estos vacíos, para que florezcan, para que no piensen en el suicidio como una opción viable o seductora.

La recuperación tiene que cursar también por ese ámbito, así como a pesar de todas las dificultades ha ido mejorando la economía. Aunque no hayamos superado del todo el fantasma de la inflación, las dinámicas de la deuda a nivel individual, en los hogares, en los gobiernos, en los países del mundo, la realidad es que desde que el pasado 6 de mayo la Organización Mundial de la Salud dejó de considerar a la COVID-19 como una emergencia mundial, las cosas han ido mejorando.

Entre la esperanza, no debemos olvidarnos de nuestros grandes pendientes. La pandemia sirvió para darnos cuenta de nuestras debilidades en lo que llamaríamos la soberanía sanitaria, México no ha resuelto cabalmente el problema del abasto de medicamentos, y la respuesta de la centralización a través de la megafarmacia implementada por el gobierno federal está por probar su eficacia.

Mientras nuestra vida sigue su curso, la vida del coronavirus también, por lo que surgirán inevitablemente nuevas variantes que hacen que corramos el riesgo de que nuestras vacunas queden obsoletas. Las vacunas más actualizadas no están disponibles en Tabasco de manera gratuita, sino de manera privada en farmacias que las ofrecen a costos que pueden excluir a personas más desfavorecidas. Lo mejor es aprovechar las opciones que tenemos al alcance, ¿ya se vacunó contra la influenza y el coronavirus?

La pandemia nos dejó la enorme lección de que es necesaria la cooperación internacional en materia de investigación científica y producción de medicamentos, que las vacunas e insumos médicos son cuestiones que pueden llegar a ser de seguridad nacional y que son industrias en las que debe existir interés por desarrollar. Son sectores en los que las barreras de entrada pueden ser altas por las especificaciones técnicas, los equipos y costos de producción. Bien podría ser una política de mediano y largo plazo no permitir que otra pandemia nos agarre a los mexicanos sin la capacidad de producir ventiladores ni cubrebocas.

Cuando todavía hay personas que apenas están recuperándose del COVID largo y otras que aún padecen diversas secuelas, es evidente que deben continuar los estudios para entender cómo nos afecta esta enfermedad. No hay otro modo de encontrar mejores formas de prevención y tratamientos útiles. Hay una deuda social, moral y hasta económica con el personal de salud que arriesgó su vida en la primera línea de atención. Es hora de cumplir sin dilaciones la promesa de seguridad laboral con plazas, salarios y prestaciones dignos.