Fue Xóchitl Gálvez al debate, fueron los escuderos que, en su defensa, acudieron a las mesas de análisis que siguieron al mismo, solo armados de un arsenal de trucos publicitarios. Olvidaron los opositores aquello que decía Don Miguel de Unamuno: "de escultores y no de sastres es la tarea".
Rehenes de charlatanes, publicistas, estrategas de guerra sucia, psicólogos de masas, expertos en imagen pública y un tropel de asesores en comunicación, los opositores salieron a dar, la noche del debate y con leves variaciones del mismo libreto, un espectáculo totalmente fallido.
Más que informar, conmover y comprometer a las y los ciudadanos que los veían y escuchaban en todo el país por distintos medios de comunicación, más que apelar a la combinación precisa y armónica que ha de producirse, en las o los votantes cuando toman una decisión consciente, entre razón, corazón y voluntad, se sintieron capaces de, simplemente, manipularlos.
Y es que sufre la oposición del síndrome del titiritero; no es el pueblo, al que desprecian profundamente, para ellos un sujeto social con conciencia de su propia soberanía; es solo una masa informe a la que, pulsando los hilos, se puede conducir donde se desee.
Por eso los trucos fallidos de Xóchitl como el de la bandera o los golpes de efecto como ese otro de romper una fotografía de Andrés Manuel López Obrador —el presidente con mayor aceptación ciudadana en la historia de México— "en mil pedazos" (como se haría en una telenovela) mientras que casi con lágrimas en los ojos se le dice —mirando fijamente a la cámara— "me fallaste". Por eso la reiterada acusación de tener "un corazón de hielo" a Claudia Sheinbaum Pardo.
Solo unos cuantos fanáticos conservadores cayeron en la trampa. Un melodrama ramplón así como este no cala entre la gente. Hasta los propios autores intelectuales del "fenómeno Xóchitl" tuvieron que admitir que su candidata, la candidata del PRI y el PAN, no tiene talante ni presencia presidencial.
Incompleto y deshonesto es sin embargo este análisis de los santones de la derecha a los que ahora, sus propios seguidores, tildan de traidores. No perdieron solo por eso.
No es la facha de Xóchitl o su mal desempeño escénico; su dicción, su enojo, su torpeza, su incapacidad para decir un texto de memoria; no es la estridencia melodramática de Germán Martínez —ese es el ropaje al que se refiere Unamuno— sino el proyecto político que encarnan y defienden lo que produce el rechazo de las grandes mayorías.
Es la manera en que, en el debate, en las mesas posteriores al mismo, en los diarios, en los medios electrónicos, en la red, mienten continua y descaradamente.
La forma sucia en que actúan, en que conciben el quehacer político.
Son las gravísimas acusaciones qué, sin ningún sustento y para destruir la reputación de personas honestas, lanzan y es el cinismo con el que niegan los hechos de corrupción qué, con evidencias en la mano y procesos abiertos en las fiscalías, se les imputan.
Es el repugnante uso que hacen de la tragedia. La exhibición —para intentar hacerse de unos cuantos votos— del dolor humano.
No representa Xóchitl a las víctimas, ni al ansia de justicia de este pueblo —se lo dije de frente en el post debate y se lo repito— sino a los victimarios.
Este pueblo que ha sufrido en carne propia a los gobiernos del PAN y del PRI, que ha sido masacrado, sometido y saqueado por estos partidos a los que esta falsa candidata ciudadana representa, lo sabe perfectamente y es que: "Somos —como decía José Saramago ese gigante bondadoso a quien vi llorar por la masacre de Acteal— la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos. Sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir".