Militarizar al país es aferrarse al poder, que se obtuvo fraudulentamente, desplegando a decenas de miles de efectivos de las fuerzas armadas, con la orden de hacer una guerra que, de antemano se sabía, sería larga, sangrienta e inútil.
Militarizar al país es ordenar, como lo hizo Felipe Calderón, el exterminio de los presuntos narcotraficantes sin pensar siquiera en que, por fuerza, al quedar la población civil entre dos fuegos, habrían de morir o desaparecer centenares de miles de inocentes.
Militarizar al país es lanzar a los efectivos de la policía Federal a reprimir violentamente a manifestantes, en Atenco o en Oaxaca, como lo hizo Vicente Fox.
Militarizar al país es ordenar, a las fuerzas federales, como lo hizo Enrique Peña Nieto, disparar contra la multitud en Nochixtlán o permitir que "mataran como perros" (cito un testimonio grabado en Apatzingán) a presuntos delincuentes.
Militarizar al país es ordenar a helicópteros artillados ametrallar zonas urbanas como sucedió en Tepic o en Nuevo Laredo o perpetrar una masacre como la de Tanhuato.
Militarizar al país es tolerar fusilamientos masivos como los de Tlatlaya o la ejecución sumaria de quienes se rendían o quedaban heridos en los combates que se produjeron a lo largo y ancho del territorio nacional.
Militarizar al país es, en suma, renunciar a la democracia y al respeto a los derechos humanos. Es optar por la muerte y por las armas como hicieron Calderón y Peña Nieto, para resolver el grave
problema de la inseguridad. Es tratar de apagar, como lo intentaron cuando eran gobierno el PRI y el PAN, el fuego con gasolina.
Con la misma enjundia con la que en el pasado esos partidos -y la comentocracia que les sirve- se alzaban a favor de la guerra, hoy se alzan en contra de la supuesta militarización.
Hace apenas unos meses, esas y esos mismos, insistían frenéticamente en que el ejército trabara combate con el narco. "Hay que evitar más humillaciones al ejército. Es preciso hacerlo ya; caiga quien caiga" decían desde sus oficinas blindadas y sus estudios de radio y televisión.
Hoy, esta oposición qué, con tanta ligereza e hipocresía cambia de bandera, acusa de "militarizar" al país a un gobierno que ataca las causas estructurales de la violencia e impulsa, mediante los programas del bienestar, la justicia social.
Hoy acusan de "militarizar" al país a Andrés Manuel López Obrador, quien ha dado la orden de no reprimir al pueblo y ha establecido como doctrina de las Fuerzas Armadas el respeto irrestricto a las libertades públicas y a los derechos humanos.
Hoy acusan de "rendirse" ante el ejército al primer presidente qué, ha ordenado a los militares abrir archivos e instalaciones y poner a disposición de la justicia a jefes, oficiales y soldados que, por órdenes civiles, perpetraron crímenes y a los que otros gobiernos encubrieron.
Como el hacendado que reclama al peón el haberse enrolado en las filas revolucionarias hoy, la oposición conservadora, insulta y ataca al ejército por no secundarla en sus aspiraciones golpistas.
Un tufo clasista se advierte en el falso debate sobre la militarización. Hablemos, sin caer en esa trampa, del ejército, de la Guardia Nacional, de su papel en este país que se transforma, pero con la consciencia de que fue el viejo régimen el que militarizó a México y ordenó al ejército actuar contra el pueblo y la democracia.
De lo que, las y los mexicanos, decidan en las urnas dependerá que nunca otro Calderón –ese general de pacotilla sediento de sangre- o un Peña Nieto o un Fox cualquiera, nos gobiernen y manden a los militares a atentar contra nuestros derechos y libertades.