Hoy, más que en cualquier otro momento, la estructuración de la política transcurre entre simulacros y el bombardeo de la agenda pública. Como en circo de tres pistas, los ciudadanos-espectadores se sienten abrumados por la multiplicidad de actos a atender y, víctimas de la distracción, terminan por no captar a plenitud todo lo actos que frente a ellos ocurre. Pero mientras el espectáculo circense no está orientado sino a la distracción y el entretenimiento, el político está orquestado para confundir. Así, en medio del resurgimiento del caso Ayotzinapa y la conversión de la verdad histórica en histriónica, el debate sobre la militarización, la convocatoria a una nueva consulta y la consecuente crispación de la opinión pública, se está armando el entramado con el cual cerrará el sexenio y se llevarán a cabo elecciones los próximos dos años.
La centralidad del tema del empoderamiento del ejército no es casual. Es resultado de, por un lado, el fracaso de los cálculos optimistas del principio del sexenio y, por otro, de la concomitancia de la fuerza adquirida por la institución, a raíz de la inauguración de un nuevo modelo de relaciones gobierno-ejército y el incompleto debilitamiento de las instituciones de contrapeso al Ejecutivo. En 2019 el presidente creyó, ingenuamente, que para 2024 los abrazos habrían dejado atrás la era de todos los balazos. No fue así. La retórica pacifista fracasó y vivimos hoy el sexenio más violento de la historia. Por otro lado, la posición anti-castrense de López Obrador no era sino retórica; fue usada para posicionarse frente a Calderón. Siempre tuvo claro que un gobierno como el suyo no podría sostenerse en el largo plazo si no era con el respaldo militar. Por eso les abrió la puerta que PRI y PAN mantuvieron cerrada.
Hace unos días, en su conferencia matutina, defendió al ejército diferenciándolo de los ejércitos del cono sur, señalando que surgió del pueblo. Pero lo hizo recurriendo a los estereotipos con los que ha encuadrado lo que, según él, es la lucha política de estos días: la lucha entre conservadores y el pueblo bueno. Así, señaló que el ejército mexicano surgió para “evitar un golpe de Estado contra Madero”. No es un ejército creado para atacar al pueblo. Es un ejército, afirmó, para “atacar a los fifís, a los conservadores”. En medio de los simulacros, hay narrativas que no persiguen distraer; anuncian, por el contrario, acciones futuras. Ésta puede ser una de ellas. Dijo también que se busca desprestigiar al ejército para que de esa manera vengan fuerzas del extranjero a contener la violencia. De esa manera, López Obrador defiende su estrategia militarista con su recurrente retórica simplificadora y nacionalista.
La decisión de convocar a una nueva consulta, ahora sobre el tema, persigue no solamente promover una nueva ola de aprobación, sino sobre todo, mantener la discusión acerca de la cada vez más creciente violencia en el país alrededor de la necesidad de contar o no con militares en las calles. Evita, así, hacer frente a dos de los problemas centrales del fenómeno: la necesidad de reconstituir los tejidos sociales y la de fortalecer los cuerpos policíacos federal, estatales y municipales. Se teje, pues, en la dimensión simbólica; la material se deja de lado, en espera de que se arregle por sí misma. Pero tiene también otro propósito: descreditar al INE.
La consulta está pensada, pues, para fusionar varios intereses: ligar la popularidad del presidente a la del deseo de la población por mantener al ejército en operaciones de seguridad, bajo la creencia de que su participación ha resultado efectiva: La fuerza de ambos sentimientos se usa para promover el rechazo al INE como organismo a cargo de los procesos de medición de la voluntad ciudadana. El argumento para que Gobernación realice el proceso fue expresado claramente: “nos van a pedir hasta para viáticos”. Es decir, el INE consume muchos recursos—recordemos que la Cámara de Diputados recortó severamente el presupuesto del Instituto para el año próximo, a pesar de que Coahuila y el Estado de México efectuarán elecciones estatales. Según la retórica sexenal, los presupuestos abundantes han sido elaborados por políticos corruptos, para su beneficio.
Dos cuestiones no deben pasar desapercibidas: las referencias del presidente a los golpes de estado y a la figura de Francisco I. Madero. Son varias las ocasiones, a lo largo de estos años, en las que López Obrador ha insinuado que sus enemigos fraguan un golpe de estado. Sabemos, además, que se asume como personaje histórico viviente. Así pues, la advertencia de que el ejército está para “atacar a conservadores y fifís” que bien podrían intentar, como en el pasado, un intento de golpe de estado puede ser algo más que un desvarío, una ocurrencia; podría ser advertencia. Si hubiera grupos interesados en un golpe, el ejército-hoy empoderado—está para evitarlo. En el tiempo que resta del sexenio veremos agravarse los múltiples y serios problemas que nos aquejan. Los procesos electorales serán más ríspidos que nunca. El presidente podría identificar condiciones para un golpe de estado y actores dispuestos a llevarlo a cabo. El ejército habrá de ser convocado a responder. 2024 podría ser el año en que vivamos en peligro.