El mundo vuelve cada vez más a las dinámicas que se suspendieron por la pandemia de coronavirus, incluso podemos caer en la tentación de pensar que hemos vuelto a la normalidad, pero esa aparente normalidad no es estática ni mucho menos existe modo alguno de volver a la realidad antes de la pandemia.
Una de esas dinámicas que se está retomando con más fuerza es el flujo migratorio. La migración ha cambiado a lo largo de la última década. A pesar de la pausa y dificultades impuestas por la pandemia, este fenómeno continúa porque sus causas no se han resuelto, se transforma conforme el entorno también se vuelve cada vez más complejo.
Desde el año 2021, los récords del flujo migratorio rebasaron todas las estadísticas previas. Según la Unidad de Política Migratoria de la Secretaría de Gobernación, en 2019 casi 183 mil extranjeros en situación irregular en México fueron presentados ante la autoridad migratoria, cifra que cayó a menos de 83 mil en 2020. Para el 2021, el flujo migratorio se disparó a máximos históricos que no se habían visto, con más de 309 mil migrantes en situación irregular que fueron detenidos y presentados al Instituto Nacional de Migración. El año pasado, la tendencia se confirmó al alza: más de 346 mil migrantes detenidos, y todavía falta por sumar a la estadística el mes de diciembre.
Habrá quienes piensen en estos cientos de miles de personas como típicamente eran los migrantes hace más de una década, un hombre que sale de su país solo, en busca de tener un mejor empleo, salir de la pobreza a la que estaba condenado en Centroamérica. Pero como saben las personas que viven en la ruta migrante, y como los mismos villahermosinos pueden ver con mayor frecuencia en cruceros de diversos puntos de la capital de Tabasco, cada vez más migran familias enteras, sin importar que tengan niños de brazos.
Este cambio obedece a diversos factores. Además de la causa original que es la pobreza y falta de oportunidades de desarrollo, se suman otras capas que han vuelto más complejo el escenario de los países origen del fenómeno de la migración. Hay que añadir la delincuencia organizada, los maras y pandillas diversas que extorsionan, matan, violan, amenazan, hostigan hasta que las personas están en una situación en la que si se quedan en su país, corren el riesgo de morir, y si su familia se queda, pueden sufrir las represalias. Además, se suman ahora los migrantes de la crisis climática, comunidades enteras cuyos habitantes se desplazan, a veces lo más lejos posible, porque en su lugar de origen es imposible seguir viviendo a causa de la contaminación, las inundaciones, el mar que se traga las casas en la costa y otras situaciones difíciles de imaginar para quienes son ajenos a los problemas de estos territorios en los que todos estos problemas ocurren al mismo tiempo.
En realidad, es muy difícil conocer los datos exactos de la migración de personas que huyen de todo eso y pasan por México. Sabemos cuántos son detenidos y presentados a migración, cuántos han pedido asilo como refugiados, sabemos cuántos pasan por La 72 Casa del Migrante en Tenosique, cuántos están en los albergues. Pero muchos otros, no sabemos cuántos miles, logran lo que todos se proponen: avanzar por el territorio mexicano sin ser detenidos. Y otros, tampoco sabemos cuántos más, no lo logran porque caen en las redes de la delincuencia organizada.
Muchos los miran con desprecio o miedo cuando los ven en la calle pidiendo dinero, sin detenerse a pensar cuán desesperada tiene que ser la situación de una persona, de una familia, para tomar la decisión de dejarlo todo y arriesgarse a morir en una aventura donde tienen todo en contra. Se exponen a abusos de las policías de todos los países en su recorrido, a vejaciones de la delincuencia, incluso, una agonía larga y dolorosa si no pueden cruzar la selva en el temido Tapón del Darién, a morir de sed en el desierto, asfixiados en un tráiler tras ser abandonados por el pollero y un largo etcétera.
Para el caso de Tabasco, es pertinente recordar que Guatemala y Honduras nos son mucho más próximos geográfica y hasta culturalmente que la misma Ciudad de México, y que los migrantes de Nicaragua, El Salvador, Venezuela, Colombia, Haití y diversos países del continente africano que pasan por nuestro territorio tienen derechos elementales ante las leyes mexicanas, así como la misma dignidad que reviste a todo ser humano por el simple hecho de serlo.