Una de estas tardes en la que comenzaba la lectura de un nuevo libro, “La Libertad”, de Paco Ignacio Taibo II, un regalo de cumpleaños de mi querido amigo y colega Víctor Manuel Sámano, comencé a recordar en qué momento inicié mi hábito a la lectura. Ya adulta sentía un poco de vergüenza, pero la verdad es que en ese momento de mi vida, más o menos a los once años, las únicas lecturas que circulaban en mi hogar y llamaban poderosamente mi atención y la de toda la familia, eran Memín Pinguin así como Lágrimas y Risas.
También Sissy y Cuentos Clásicos Infantiles. Todas esas publicaciones nos gustaban y toda la familia esperaba con ansias las nuevas aventuras del negrito sus amigos y mamá, y el nuevo capítulo semanal de Yesenia, Isabel o cualquiera de los innumerables exitosos melodramas de Yolanda Vargas Dulche. Debo aclarar porque me lo han preguntado, nada qué ver con mi parentela paterna.
Me fascinaban los Cuentos Infantiles y Sissy, que mucho después me enteré que fue la última emperatriz de Europa, no solo por las historias sino por los dibujos.
Quien sí formó parte de mi parentela paterna fue el famosísimo creador de La Familia Burrón, ya fallecido Gabriel Vargas, nacido como mi padre Adalberto Vargas Castillo en Tulancingo, Hidalgo, solo que él no supo que tenía una lejanísima sobrina, y una de sus fans, hasta que un día, lo entrevisté para el quincenario Razones, en la Ciudad de México. Esta publicación la fundó y dirigió el doctor Samuel del Villar, uno de los periodistas que fue expulsado del diario Excelsior por el golpe contra Julio Scherer.
Pero regresando mis pininos de lectora, solo teníamos acceso a los comics mencionados porque, mi familia apenas disponía para lo indispensable, lo necesario del día a día. Y aun cuando mi padre era un hombre culto y buen lector, de convicciones de izquierda e incluso algunos años militante del Partido Comunista y suscrito y lector de por vida al boletín que enviaba la embajada de la URSS. Una publicación en la que se podían leer a los clásicos rusos.
A pesar de eso muchas veces lo descubrí que se divertía también, leyendo las aventuras de Memin Pinguin y hasta con las publicaciones de Yolanda Vargas Dulché ; por mi parte también le echaba una ojeada la información cultural del Boletín de la URSS.
Lo único que mi padre nos prohibía, sobre todo a sus hijas, era la lectura de las historietas de vaqueros que también compraba el primo Julio que vivía con nosotros, pero cuando las descubría en la casa, las depositaba en el boyler que se alimentaba con combustibles de virutas y las revistas de vaqueros con que se calentaba el agua para el baño en la ciudad de México. Rechazaba cualquier representación de actos de violencia.
Esas fueron mis primeras lecturas como para muchos de mi generación. Hoy recuerdo con nostalgia y agradecimiento. Y celebro que aún resistan quienes leen, aprenden y comparten.