Aun cuando al momento de ser elaborado este artículo se desconocía el resultado de la presentación que el canciller Ebrard haría al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas del plan de mediación entre Ucrania y Rusia propuesto por López Obrador, no puede dejar de ser mencionado que el hecho mismo es preocupante porque asesta un nuevo golpe a la diplomacia mexicana. Rechazada por la parte ucraniana—así no fuera de manera oficial—; ignorada por el Papa, el primer ministro indio y el secretario de las Naciones Unidas; presentada en un contexto en el que Putin ha escalado la agresividad amenazando con un ataque nuclear, el presidente Biden ha argumentado la peligrosidad de una guerra nuclear y líderes europeos han sostenido que todo llamado a la neutralidad no resulta sino en un apoyo a la parte agresora, la propuesta—aun en una versión revisada—acusa improvisación, desconocimiento del contexto internacional y asume una posición pacifista basada en ingenuidad—por llamarla de alguna manera—que no en un cálculo racional con fundamentos en la situación real del conflicto y de las posturas e intereses de las partes involucradas. Así, la larga tradición internacionalista mexicana, reconocida durante décadas por su calidad, visión y profesionalismo, es exhibida y queda mal parada.
Pero si las repercusiones de este evento son primordialmente de orden simbólico—la imagen internacional del país continúa en deterioro—hay otros hechos que llaman la atención porque evidencian que los problemas del país son cada vez más graves que lo que quieren hacer creer las simplificaciones mañaneras. Es perceptible que tendremos problemas serios en el futuro, tanto en el cercano como en el lejano. Héctor De Mauleón, periodista especializado en temas de seguridad, reveló hace unos días documentos que podrían demostrar la injerencia del crimen organizado en la elección de gobernador de Tamaulipas, el año pasado. Aunque el embajador norteamericano, Ken Salazar, negó que los documentos provengan del gobierno norteamericano, De Mauleón ha sostenido que sus fuentes le aseguran que son oficiales y que las pruebas son duras. La reacción de Américo Villarreal, gobernador electo, amplían las sospechas: acusó a la DEA de injerencia, pero no negó los hechos, sino hasta después de que se enteró que Salazar había rechazado el carácter oficial de la información. Habrá que agregar que la negación del embajador se realizó a la ligera, en una declaración rápida a periodistas y no de manera oficial.
Por si fuera poco, el gobernador de Texas, declaró “terroristas” a los cárteles mexicanos argumentando que el fentanillo ha ocasionado más muertes en los Estados Unidos que los actos terroristas; solicitará en breve al presidente Biden que el gobierno federal haga una declaración en el mismo sentido. Evidentemente, a los norteamericanos empieza a preocuparles de manera seria el crecimiento del poder del crimen organizado y la posibilidad de que México se convierta en un narco-estado. De ser así, lo saben, las instituciones democráticas norteamericanas entrarán en crisis. La declaración y la solicitud del gobernador texano deben ser entendidos en el contexto de las exigencias que el gobierno de Biden hizo a López Obrador en su última visita a Washington respecto de su política de seguridad. A partir de ese momento ha habido un mayor número de aprehensiones de líderes del crimen organizado—Caro Quintero, el más importante de ellos—y se han apresurado los intentos por incorporar la Guardia Nacional el ejército.
Pero no debe dejarse pasar de manera desapercibida el hecho de que Greg Abbot eleva la voz de manera coincidente con la exhibición de información acerca de la posible conexión entre bandas narcotraficantes y el partido en el poder en momentos previos a dos elecciones estatales importantes: la de Coahuila y la del estado de México. Tamaulipas y Texas tienen frontera con Estados Unidos. Si Coahuila se suma a los estados gobernador por Morena, presumen los norteamericanos con argumentos que tienen peso, el tráfico de fentanillo hacia el norte podría intensificarse. Seguramente, el contexto político próximo se enrarecerá porque está claro que los norteamericanos empezarán a presionar más al gobierno mexicano para que modifique su orientación hacia el crimen organizado. No sabremos hasta dónde podrán llegar. La amenaza de tener en el sur a un narco-estado les inquieta ya y les inquietará más a partir de ahora.
México, pues, está mal y de malas.