Era director comisionado en una pequeña escuela Telesecundaria del municipio de Macuspana. Una mañana, la madre de una de mis alumnas se presentó para decirme que su hija (mi alumna) estaba embarazada, que le daba pena continuar, pero que no quería perder el año. Le propuse continuara a distancia, que todos los viernes les daría yo las actividades de la semana y ella me entregaría las de la semana anterior para que el fin de semana yo calificara. Solo le pedí discreción pues está "deferencia" para con su hija podía inconformar a los alumnos regulares.
No había pasado ni una semana cuando don Chucho, presidente de la Asociación de padres de familia, en tono amistoso, me dijo que en la comunidad corría la especie, contada con orgullo por la madre de la muchacha, que su hija sin ir a la escuela iba a acreditar su grado. Mandé a llamar a la señora quien aceptó haberles hecho el comentario a sus amigas cercanas, pero que si eso era causa de que no se pudiera que ni modos. Eran los días de mayo, cuando Certificación escolar había decretado que no se podía dar de baja.
Tomé mi vieja máquina de escribir y le dirigí un oficio a la maestra Isabel Cristina, titular de ese Departamento, pidiéndole luces sobre el caso, también mediante oficio me respondió que al final del curso solo pasara una línea roja en el nombre de la alumna y listo. De estos oficios corrí copia a la supervisión escolar y me quedé tranquilo.
Cabe mencionar que en ese entonces, con un grupo de amigos/as, editábamos "La gaceta magisterial", una revista de denuncia de atrocidades que hacían sindicato y Secretaría, lo que no los tenía muy contentos y nos acechaban, esperando el más mínimo error.
Semanas antes de terminar el curso fui citado a la supervisión, a la reunión también fueron citados mis compañeros de Centro de trabajo. El supervisor, apodado El cabezón, adorador de los símbolos, dispuso las sillas de tal manera que la mía quedara como la del acusado. Yo percibí la mala vibra de inmediato, pero acostumbrado al acoso de directores y supervisores me puse en guardia.
Cuando el supervisor tomó la palabra percibí su tono triunfal. Tenía una acusación grave y que era difícil saliera de esta, dijo saboreando las palabras. "¡Adelante! !Échela!", recuerdo que le dije y señaló al maestro Medina, el que más faltaba a trabajar, quien soltó la "grave acusación". Sin que asistiera a la escuela yo iba a darle documentos a una alumna lo que se consideraba un delito. Los otros maestros, menos la maestra Cris, asintieron categóricos.
¿Qué tienes que decir?, preguntó el corrupto burócrata. Yo, contento, le pedí a doña Ely, la secretaria de la supervisión quien, curiosamente, ya tenía las copias a la mano y cuando me las entregó lo hizo con una sonrisa solidaria. Sin tanto rollo le leí el oficio primero y la respuesta de la maestra Isabel Cristina. Ante la impotencia me informó que ya no sería el encargado de la escuela, lo que acepté gustoso.
El acoso laboral continuó, apoyado por el jefe de departamento de quién habíamos denunciado la venta de plazas, entre otras cosas, pero eso es asunto de otros relatos. Lo que yo quiero dejar en claro en esta ocasión, es que ningún atropello, ninguna persecución me ha hecho arrepentirme de ser maestro por el contrario me hacen recordar las palabras de Carlos A. Madrazo: "Maestro es el que marca una ruta, el que piensa en los demás antes de pensar en él."
Felicidades en su día a todos/as compas que caminan la senda de la docencia, aún a aquellos que se prestan a las cochinadas que les proponen sus superiores en detrimento de sus mismos compañeros.