Como ha visto el paciente lector, es mi interés plantear y explicar la diferencia entre dos modelos –el imperial y el democrático-, como le comentaba en la entrega anterior. El momento histórico de su nacimiento se pierde en el tiempo. Mencioné algunos antecedentes (Babilonia, Persia, Atenas, India y China), pero me detuve en el Imperio Romano porque me parece la conformación y consolidación del primer gran imperio mundial. Me apoyé en el gran historiador francés del Siglo XIX, Numa Denis Fustel de Coulanges, y su estudio clásico sobre el tema, “La Ciudad Antigua” en su versión inglesa, “The Ancient City”.
Le decía que el lector va a poder conectar directamente con la historia de México, simplemente intercambiando el Gobierno Federal y Roma, así como los gobiernos estatales y municipales por las múltiples ciudades antes independientes, agrupadas en municipalidades.
Fueron varios pasos de los que ya cité cuatro que quitaron quitando independencia al sistema municipal y sometieron a las comunidades a una sola persona, en un sistema impuesto por los romanos.
El quinto paso, fue cuando Roma tenía totalmente postrado el pueblo conquistado, pero con la apariencia de algo distinto, como constata nuestro autor Numa Denis: “Tal era la omnipotencia del gobernador. Él era la ley viviente. En cuanto a invocar a la justicia de Roma contra sus actos de violencia o sus crímenes, los provinciales no podrían hacerlo a menos que pudieran encontrar un ciudadano romano que los protegiera, ya que ellos mismos no tenían derecho a exigir la protección de las leyes de la ciudad, o apelar a sus tribunales. Ellos eran extranjeros; el lenguaje judicial y oficial los llamó peregrini; todo lo que la ley decía sobre los hostis seguía siendo aplicado a ellos.”
Entonces, en un sexto y último paso, llegamos al objetivo final de Roma: quedarse con todos los recursos materiales y humanos de las ciudades sometidas: “Por ello los abogados enseñaron que la tierra en las provincias nunca fue propiedad privada, y que los hombres sólo podían tener la posesión y el usufructo de la misma.”
Hemos citado a Numa Denis Fustel de Coulanges para asegurar a nuestros lectores que toda la metodología de sometimiento de los pueblos, estados y municipios mexicanos a los deseos e intereses centrales son intactos y podían ser verificados, paso a paso, en la vida cotidiana de cualquier nacional, independiente de su ubicación geográfica, desde Tijuana hasta Chetumal, desde Tamaulipas hasta Guerrero. No hay excepciones. Es un modelo completo y consistente con el romano, cumpliendo así con los dos requisitos fundamentales de cualquier sistema lógico. Por ello lo llamamos el Modelo Imperial. No hay el menor deseo nuestro de desprestigiar al sistema de vida en México, solamente de clasificarlo históricamente con exactitud para poder analizar los temas nacionales –y entender- a partir de este modelo.
Descrito los orígenes del Modelo Imperial en nuestro país (y también en el resto de América Latina), me propongo revisar con usted las características del sistema personalista manejado bajo el mito del súper hombre a quien hemos estado nombrando a nuestro dictador real y en nombre formal a nuestro presidente (o gobernador o presidente municipal, según el territorio cubierto).
El origen del término, “presidente”, muy probablemente se debe a la idea federal de Thomas Paine. La función presidencial era equivalente a un coordinador de la reunión de dos senadores de cada estado y evidentemente, en el esquema de Paine, iba a durar solamente por el período de dicha reunión, estimado por Paine en un par de meses cada año.
No es casual que el primer presidente de la joven democracia republicana y federal en Estados Unidos, George Washington, y los presidentes inmediatamente siguientes, se consideraron a sí mismos simples administradores de los pocos asuntos de esa colectividad estatal, desprovistos de cualquier signo imperial, y básicamente opuesto a ello mediante una identificación fuertemente ciudadana. Tan era así que fracasó la primera constitución norteamericana (1787 – 1788).
El centro regulador de los asuntos interestatales se había armado en forma excesivamente débil. El joven país ni siquiera contaba con la Casa Blanca hasta que el primer Adams (John, 1797-1801) la ocupó media terminada. El ataque inglés de 1812 sobre la zona obligó a evacuar al presidente y a todo el gobierno federal de la ciudad, mientras que los ingleses bombardearon el área (y la recién inaugurada Casa Blanca), especialmente el pueblo de Alejandría en el estado de Virginia. Si la paciencia del lector lo permite, seguiremos en este recorrido para comprender las razones de nuestro rezago y cómo podemos hacer mejor las cosas. (El autor ha dedicado un amplio análisis a los modelos imperial y democrático, en especial con una propuesta de revisar las raíces de nuestro rezago. “México y su modelo de desarrollo. Bases para pensar nuestras opciones”. Centro de Estudios e Investigación del Sureste)