Se tiraron a matar y fallaron. Su estrategia, creyeron, era perfecta y tendría efectos devastadores y letales. Su vieja obsesión, ese deseo mórbido que, desde hace años, les atormenta; destruir a Andrés Manuel López Obrador y cerrarle el paso a Claudia Sheinbaum finalmente se cumpliría.
Todo comenzó en Washington y en Madrid. La ultraderecha mundial se sumó a la campaña. La DEA, urgida de meterse de nuevo a México y volver por sus fueros, entregó el "paquete informativo" y "prestigiados" periodistas y medios internacionales se apresuraron a publicar, de manera coordinada, sendas investigaciones que eran, en realidad, una mezcla de dichos, suposiciones y patrañas.
Como "la vida pública debe ser más pública cada día" López Obrador rompió con la vieja costumbre presidencial de eludir, de silenciar información potencialmente dañina y ventiló, en la mañanera, el asunto ante la Nación. Confrontó a los autores, a los medios, al propio gobierno estadounidense y neutralizó de golpe la ofensiva.
Poco importaron a la derecha conservadora los desmentidos categóricos de Washington, el hecho de que los propios autores de las supuestas "investigaciones periodísticas" tuvieron que reconocer que no encontraron ningún tipo de evidencia en contra del presidente y la vergüenza y el descrédito de los medios que no pudieron sostener que lo que habían publicado tenía siquiera visos de verdad.
La maquinaria de la infamia ya se había echado a andar y era imposible detenerla. Toda la estrategia electoral opositora dependía crucialmente del éxito de este primer golpe.
Establecer la conexión emocional -en un electorado en el que el miedo inducido despertaría los más primitivos instintos- entre Andrés Manuel, Claudia y el crimen organizado era vital.
Sin eso, el discurso de Xóchitl Gálvez y toda su estrategia propagandística resultaría inocua.
Como para la derecha la "verdad es irrelevante" invirtieron entonces decenas o quizás centenares de millones de pesos y aprovechando el vacío legal y la laxitud de las autoridades electorales se tomaron las redes y lanzaron una de las mayores operaciones de guerra sucia digital de la historia.
Al fracasar la ofensiva mediática internacional entraron al quite mercenarios de la información locales. La vileza extrema de la que son capaces no los hizo más efectivos y sus grandes revelaciones y montajes tampoco hicieron mella. No bajaron los índices de aprobación ciudadana a la gestión presidencial. Tampoco se debilitó la posición de Claudia a la que, todas las encuestas serias, colocan con una amplísima ventaja frente a Xóchitl.
¿Por qué un esfuerzo de propaganda negra, tan cuidadosamente planeado y de esta magnitud, falló estrepitosamente?
¿Por qué los esfuerzos combinados de agencias del gobierno de EU, de los grandes medios de ese país, de las fuerzas de la ultraderecha mundial; replicado, además, por la mayoría de los medios en México no funcionó?
¿Por qué la ofensiva digital no operó cambios sustantivos, pese a ser tan masiva y constante, sobre las y los electores potenciales?
Como hoy se sienten traicionados, hasta por el mismo diario que leen con devoción, las y los conservadores y sus voceros en los medios son incapaces de responder estas preguntas.
No los traicionan las casas encuestadoras, ni los periódicos que publican sus trabajos, los traiciona la realidad.
"Es la conciencia estúpidos" habría que decirles parafraseando a Bill Clinton.
Es la revolución de las conciencias, de la que habla López Obrador, la que ha provocado el fracaso de su estrategia, la que está convirtiendo ya -la campaña de Claudia- en una masiva, imparable y pacífica insurgencia social que habrá de barrer con ellos en las urnas.
Creyeron que el pueblo -al que desprecian y al que consideran crédulo e ignorante- se dejaría engañar y se equivocaron. Les salió, como se dice popularmente, el tiro por la culata.