Usualmente, las elecciones intermedias en nuestro país ocurren con una menor participación ciudadana que las elecciones de cambio de sexenio. Las razones son más o menos claras. En un país de arraigada tradición presidencialista, los ciudadanos siguen acostumbrados a pensar que la única decisión electoral en la que vale la pena participar es aquélla en que se define al titular del Ejecutivo. La idea, en el fondo, es que, después de todo, es desde ese cargo que se determinan políticas, rumbos, estrategias, iniciativas de ley (las que verdaderamente importan) y, en general, el derrotero que habrá de seguir toda la vida pública del país.
Cuando, a nivel estatal, ocurren elecciones para renovar gubernaturas, el concepto se repite en ese ámbito, toda proporción guardada. Así, es posible identificar mayor participación en los estados que eligen Gobernador, que en aquellos que solamente renuevan congresos y alcaldías.
Respecto de las elecciones a nivel municipal, los candidatos a alcaldes suelen ocupar, en aquellos estados que no renuevan gubernaturas, el papel protagónico que, de otra forma, correspondería al candidato a Gobernador; sobre todo, tratándose de aquellos municipios que destacan en relevancia, sea por su posición política estratégica, por su presupuesto, o por el tamaño de su padrón electoral. En estos casos, sin embargo, el ideario colectivo presta atención más por el significado de los acomodos políticos que pueden representar para futuras elecciones, que por el ideario político que pueden representar para una nueva administración.
En todo este panorama, suele relegarse la importancia de la elección de quienes buscan asumir escaños en los congresos, tanto a nivel federal como estatal. La identidad e ideología de los candidatos a legisladores suele batallar para abrirse paso frente al ideario colectivo de que son los Gobernadores, si no es que la propia Presidencia de la República, quienes llevan mano en la definición de las iniciativas que se impulsarán en dichas representaciones parlamentarias y el sentido del debate que las mismas protagonizarán.
Desafortunada cultura la que aún prevalece en nuestra democracia. La gran estrella de una elección intermedia debería ser, precisamente, la renovación de los poderes legislativos. En una democracia representativa, la intención de contar con elecciones a la mitad del mandato de una administración es, precisamente, otorgar a los ciudadanos la oportunidad de revisar, ya sea refrendando o cambiando, el sendero y la gestión del Ejecutivo, a través de una nueva representación en el Legislativo, sin tener que esperar a que el sexenio continúe hasta su punto final.
Estas elecciones dan oportunidad a que el ciudadano exprese, a través de su voto, su parecer sobre las políticas que ha implementado el Gobierno, evalúe y califique su gestión y ejerza la posibilidad de crear contrapesos que promuevan una mayor rendición de cuentas. Todo ello, mientras aún es oportuno revisar, analizar y corregir.
Es cierto que existen instrumentos de democracia directa, como el referéndum y el plebiscito, que permiten al ciudadano manifestar una expresión precisa sobre temas y políticas, así como sobre funcionarios electos y su actuación. Sin embargo, la multiplicidad de temas que deben considerarse y la necesidad de que el contrapeso a los funcionarios no sirva solamente para descalificar, sino para generar incentivos que verdaderamente les constriñan en su actuar, hacen que la elección de representantes siga siendo la forma más eficiente de canalizar la participación ciudadana.
Para lograr el objetivo, es necesario, por supuesto, que quienes aspiren a un cargo de representación parlamentaria sean capaces de articular adecuadamente los temas que interesan a la ciudadanía y de expresar una opción congruente que indique, claramente, en qué se identifica o en qué se distingue, del rumbo y las acciones políticas que, hasta ahora, ha implementado el Gobierno. Tiene que ser una idea con una agenda clara, que marque rumbo, y no solamente una colección de propuestas que pudieran sonar atractivas, pero que no muestran un ideario bien articulado.
Con el arraigamiento de la alternancia electoral en nuestro país, los ciudadanos, por su parte, tendrán que asimilar y promover que el Legislativo puede ser, ya, una verdadera representación popular y un contrapeso efectivo para los Ejecutivos. Y que la mejor forma para que ello no ocurra es minimizar la importancia de los congresos, dejando de participar en las elecciones intermedias y permitiendo, por lo tanto, que se trate de elecciones en las que prevalezcan las estructuras partidistas y la disponibilidad de recursos para la movilización electoral.