La vida, desde su célula más simple, es producto de una serie de reacciones químicas milagrosamente coordinadas. Este conjunto de reacciones bioquímicas son las que se conocen como metabolismo, y su funcionamiento varía entre individuos dentro y fuera de su especie. Cuando alguien se describe a sí mismo como de rápido o lento metabolismo, indirectamente hace referencia a estas diferencias. Es tal la exactitud con que está trazado cada mapa metabólico que un error en cualquiera de sus puntos puede ser decisivo en la vida de un ser.
Existe una clasificación de enfermedades exclusiva para todas aquellas que se presentan a nivel metabólico: las enfermedades metabólicas. Las condiciones de esta naturaleza se distinguen por un desequilibrio en alguna de las innumerables reacciones del organismo, ya sea porque se lleva a cabo de manera excesiva o insuficiente. Por lo general, son enfermedades congénitas. Es decir, tienen una base genética y son hereditarias. Si bien hay múltiples causas para una reacción bioquímica defectuosa, la gran mayoría derivan de algún fallo o deficiencia en la enzima que le corresponde. Las enzimas, dicho sea de paso, son proteínas cuya función es acelerar las reacciones de la célula. Su ausencia, por tanto, explica que las reacciones sucedan a ritmos anormales o incluso que no ocurran.
No existen curas definitivas o permanentes para las enfermedades metabólicas. Algunas se tratan suministrando la sustancia que no se está produciendo. Hay otros casos en los que se opta por desintoxicar la sangre del paciente para que no se acumulen químicos intermediarios. Y, por último, existen las terapias de reemplazo enzimático (TRE) que buscan, como el nombre más o menos anuncia, suplir al paciente de enzimas saludables. Aunque no son exactamente iguales, las TRE tienen un principio similar a las típicas inyecciones de insulina para personas diabéticas: administran una proteína insuficiente.
La idea de las TRE comenzó a gestarse en 1964. El bioquímico Christian de Duve infería que a través de enzimas externas podría lidiarse con las enfermedades de depósito lisosomal (EDL). Esta familia de enfermedades metabólicas se caracteriza, justamente, por un déficit en las enzimas dedicadas la descomposición de moléculas y desechos dentro de la célula. Esto lleva a su acumulación y a daños irreversibles en múltiples órganos. La idea, aunque prometedora, quedó en el aire debido a las limitaciones tecnológicas de la época. No se veía muy claro cómo se produciría y purificaría un volumen suficiente de enzimas y se sospechaba que las enzimas extranjeras podrían desencadenar una respuesta inmune en el aceptor. Fue hasta la década de los noventa que se diseñó una TRE efectiva e inocua. Esta consistió en una transfusión intravenosa de la enzima cuya ausencia causa la enfermedad de Gaucher. Dicha enzima se extrajo de ovarios de hámster chino, y supuso el primer caso de éxito para estas terapias.
Hoy en día, además de la enfermedad de Gaucher, se pueden tratar otras cinco EDL. En primer lugar, está la enfermedad de Fabry, en la que se presentan crecimientos cutáneos, insuficiencia renal, enfermedad cardíaca y problemas en los ojos a raíz de la incapacidad por descomponer un tipo carbohidrato. De igual modo, se han tratado las mucopolisacaridosis tipo I, II y IV, que de manera general causan rigidez en algunas articulaciones, baja estatura y rasgos faciales gruesos por la ausencia de una enzima que descompone otra clase de carbohidrato. Y, por último, se ha empleado TRE para la enfermedad de Pompe, en la que se sufren problemas cardíacos, musculares y respiratorios dada la ausencia de una enzima implicada en la descomposición del glucógeno, un carbohidrato de reserva.
Las TRE son importantes por el panorama que dibujan para enfermedades tan enigmáticas e inusuales como las metabólicas. Suponen una terapia sumamente específica que, si bien solo ha sido explorada para un manojo de enfermedades, puede ser llevada a otras tantas. Con el auge de la ingeniería genética se ha creado un terreno perfecto para aprovechar todo el conocimiento construido alrededor de las enzimas. No obstante, la mera historia de las TRE es valiosa por describir cómo funcionan los grandes progresos de la ciencia y la medicina. A partir de una leve luz de conocimiento y de una idea ambiciosa se llegó a un nuevo abordaje de todo un campo de la patología. Tuvieron que pasar casi tres décadas hasta que se pudo llevar a la práctica, y quizás eso podemos esperar de las terapias que hoy nos parecen tan innovadoras y buenas para ser verdad. Valdrá la pena mantenerse abiertos e informados sobre cómo se desenvuelven los nuevos medicamentos que, además, ponen como foco a enfermedades que no por ser atípicas merecen ser dejadas en un segundo plano.