Al castillo de Miramar, cerca de Trieste, llegaron el 10 de abril de 1864, José María Gutiérrez Estrada, Antonio Escandón, José Hidalgo y otros conservadores a postrarse ante el archiduque Maximiliano y ofrecerle la corona del imperio mexicano. Nació así, de una traición, esa quimera sostenida a sangre y fuego durante 4 años por las bayonetas del ejército francés.
Un siglo y medio después, tres hombres de esa misma estirpe de traidores, Vicente Fox Quezada, Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto, se arrodillaron ante Odebrecht, Iberdrola y otras empresas extranjeras y les entregaron los bienes de la nación. Tres sexenios les tomó acabar, a punta de sobornos y de engaños, con la soberanía energética de México y consumar así esta nueva traición.
A Miramar los conservadores llegaron con la falsa promesa de que el pueblo de México esperaba con ansia y recibiría con júbilo al monarca extranjero. Como prueba de sus dichos exhibieron listados de habitantes de distintas poblaciones del país que pedían a Maximiliano aceptar la corona. Hasta el propio Archiduque consideró aquello una impostura.
Los traidores de nuestro tiempo recurrieron también a la mentira de manera sistemática y masiva. La mentira aceitada -eso sí- con sobornos millonarios para legisladores, intelectuales y líderes de opinión que comenzaron a vender la idea de que nada sería mejor para el país que entregar a la empresa privada, nacional y extranjera, sus recursos naturales.
Fox, aprovechándose de los incautos que por él votaron y de los medios que le sirvieron como caja de resonancia hasta para la más insulsa de sus ocurrencias, comenzó la labor de demolición, mediática y orgánica, de Pemex y la CFE. Miles de millones de pesos de los excedentes petroleros desaparecieron, además, durante su sexenio.
Luego de robarse la Presidencia, Felipe Calderón continuó la labor de zapa e intentó, sin éxito, una primera reforma. Aprovechando la guerra que impuso a México como coartada, dio rienda suelta a la corrupción y se entregó -y entregó al país- a Repsol, a Iberdrola y a Odebrecht, llegando al extremo de ofrecer Los pinos para que esta última corporación celebrara ahí una sesión de su consejo de administración. Además, Calderón acabó violentamente con la Compañía de Luz y Fuerza del Centro y, de la nueva refinería que prometió, sólo entregó una barda.
Impuesto por la televisión en la Presidencia, Enrique Peña Nieto, hermanado con Fox y Calderón en la traición y el saqueo, impuso, en 2013, con la misma televisión y el apoyo de otros medios de comunicación la reforma energética. A punto de desaparecer, prácticamente en quiebra y esperando sólo el puntillazo de otro gobernante de su misma calaña, así dejó Peña a PEMEX y a la CFE al terminar un sexenio marcado por la banalidad, la corrupción y la violencia.
Un poco menos de cuatro años duró el imperio. Ocho años ha durado ya la pérdida de la soberanía energética. A las tropas de Napoleón III las expulsaron, con las armas en la mano, los patriotas en 1867. Hoy, en el Congreso y en las calles, democrática y pacíficamente, podemos -con la Reforma Eléctrica y luego la de hidrocarburos- poner fin a la traición y recuperar lo que es de todas y todos los mexicanos.
Todo el poder corruptor de la derecha conservadora, toda su formidable fuerza mediática, habrán de desatarse para impedir que se apruebe la Reforma Eléctrica. A las y los legisladores que bajo esta ofensiva habrán de votar, a las y los ciudadanos que pueden movilizarse en defensa de la soberanía, me permito recordarles lo que Juárez escribió a Maximiliano: “…existe una cosa que no puede alcanzar ni la falsedad ni la perfidia y que es la tremenda sentencia de la historia. Ella nos juzgará”.
@epigmenioibarra