Al comienzo de 1867 se desmoronaba la usurpación y se restauraba la república alevosamente quebrantada por una casta de traidores y un clero enemigo de México que defendían fueros y privilegios. Como buenos súbditos fueron a buscar un príncipe europeo y a hipotecar el país como nueva colonia de un dictador francés.
Las fuerzas republicanas crecían en un avance incontenible y Napoleón III, decepcionado ante el fracaso administrativo del filibustero que nunca fue emperador, pues Juárez era Presidente, decidió abandonar la aventura y ordenar el regreso escalonado de un ejército expedicionario; el más prestigiado en aquel tiempo, que rebasó los 38,000 hombres.
En febrero de 1867 terminó la evacuación de los franceses, y quedaron algunos soldados belgas y austriacos fieles a los ambiciosos pretendientes. Maximiliano, con un ejército de traidores financiado por el clero, tuvo que abandonar la capital y hacerse fuerte en Querétaro.
La opereta del llamado “imperio”, terminó en un nuevo enfrentamiento entre liberales y conservadores, ya sin fuerzas extranjeras, y el 6 de marzo de 1867 se inició el Sitio de Querétaro por el ejército republicano comandado por don Mariano Escobedo, Ramón Corona, Gerónimo Treviño, Sóstenes Rocha y otros patriotas.
Del lado conservador, se atrincheraron 10,000 hombres comandados por Miguel Miramón, Tomás Mejía , Félix de Salm-Salm y otros traidores. El sitio terminó el 15 de mayo de 1867 registrando 2,057 bajas del lado republicano y 9,534 del bando de los traidores conservadores.
La República se restauró, y Maximiliano -que había firmado el llamado “decreto negro” por el que ordenó que se fusilara dentro de las 24 horas todos los patriotas que fueran apresados, asesinando a miles de defensores de la nación-, fue sometido a un juicio en el que contó con la defensa de los mejores abogados de México, y en el que finalmente fue condenado a muerte junto con los traidores Miramón y Mejía.
La Princesa Salm-Salm corrió a San Luis Potosí y se hincó abrazando las piernas del patricio, suplicando llorando, el perdón a Maximiliano; pero el Presidente fue inflexible diciéndole: “no soy yo, señora, es la ley y la República”. Y el Presidente hizo su entrada triunfal a la ciudad de México aquel 15 de julio de 1867 pronunciando su histórica proclama con la memorable frase: “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.
Previamente , ya sin franceses en México, y a un mes del Sitio de Querétaro, la ciudad de Puebla se encontraba en manos conservadoras y el grueso de sus tropas acuarteladas en el Convento del Carmen, en las afueras de la ciudad, y a las 2 de la madrugada de aquel 2 de abril de 1867, se inició el asalto de esta guarnición, que cayó finalmente a las 3.30 horas tras hora y media de encarnizado combate. Carlos Pacheco perdió una pierna y un brazo, y Manuel González, quien fuera después Presidente de México, el brazo derecho. Toda la oficialidad conservadora fue fusilada, en este que fue un triunfo del General Porfirio Díaz.
Los cortesanos del porfiriato pusieron placas “2 de Abril” en calles de toda la república, y ciertamente es un triunfo que debemos celebrar; aun cuando no de la trascendencia de Calpulalpan, del 5 de Mayo, o de Querétaro.