Si en estos tiempos la mentira política fuera una pandemia, bastantes hospitales estarían saturados. Todos deberíamos vacunarnos y agudizar nuestros sentidos para desnudar a quienes hacen de la farsa y del embuste sus banderas.
Pretendo en estas líneas ofrecer algunas pistas para adoptar una actitud razonable frente a la mentira política, lo que viene a ser algo complicado. Lo es porque, lejos de lo que pudiera pensarse, hay actores que buscan hacerse víctimas de sus propias invenciones y, a partir de ahí, tejer una sorprendente red de argucias, artificios, trampas.
Son políticos dados a autoengañarse (el engaño es el resultado de la mentira), y de esa disonancia cognitiva obtienen la fuerza y el aliento para poder engañar a otros. Es decir, se mienten a sí mismos, pero necesitan creerse la mentira para intentar convencer a los demás de la verosimilitud de sus afirmaciones; se vuelven expertos en construir realidades alternativas, o como les llaman hoy: universos paralelos.
Recuerda que algo así pasó en innumerables ocasiones con Don Quijote, quien, por ejemplo, en sus afanes de socorrer a los menesterosos y enderezar entuertos, atribuía sus fracasos a malignos sabios persiguiéndole montados en densas nubes para sabotear sus hazañas.
De modo semejante, algunos de los personajes que recorren las calles en busca del voto pretenden no solo crear escenarios ficticios, producto de su retorcida imaginación, sino que, aprovechándose de las redes sociales, a las que saturan con cuentas de perfiles falsos, intentan distorsionar la percepción que los ciudadanos tienen de su entorno y dar al traste con sus mecanismos de crítica y deliberación.
Hay que estar muy atentos para evitar caer en las redes de la manipulación. Si de algo debemos cuidarnos, si algo debemos condenar, es la falta de veracidad de esos presuntos políticos cuya estrategia más utilizada consiste en circular rumores infundados, afirmaciones desorientadoras y noticias adulteradas.
Son practicantes de viejos vicios, poseedores de pensamientos arcaicos que asumen como credo aquella idea acerca de la propaganda formulada por Hannah Arendt en "Los orígenes del totalitarismo" (1982): "la propaganda no tendría ningún efecto sobre las creencias de los individuos si no fuera respaldada por una realidad social fabricada deliberadamente para confirmar su contenido".
Ojo, mucho ojo, porque un mentiroso tratará de engañarte apelando a tus creencias, jamás a tu razón. Ten en cuenta que una mentira es una especie de ofensa o insulto que surte efecto si no la identificamos. El antídoto es informarse: leer, ver, escuchar, y después reflexionar.
Le pongo un ejemplo, y no de un caso mexicano para evitar herir susceptibilidades: justo después de que el Colegio Electoral de Estados Unidos declarara la victoria de Donald Trump en noviembre de 2016, este afirmó que la suya había sido la votación popular más numerosa desde Ronald Reagan. Se trató de un enunciado a todas luces falso, lo que cualquiera que siguiera esporádicamente las noticias, o que tuviera acceso a un texto de historia, podía verificar. Pocos lo hicieron.
En casos tan simples como el anterior se confirma que acá y acullá el terreno político es a veces caldo de cultivo para la simulación, un ambiente propicio para que se desarrolle la mentira.
En las primeras líneas de su obra "La función política de la mentira moderna" (2015), el filósofo e historiador francés Alexandre Koyré escribió que "nunca se ha mentido tanto como en nuestros días, ni de manera tan desvergonzada, sistemática y constante". Coincidió con Arendt en el sentido de que una de las herencias de los regímenes totalitarios del siglo XX para las sociedades democráticas fue la producción masiva de la mentira en el espacio político —se produce en serie y se dirige a la masa—, en buena medida gracias a la complicidad y la disposición de las tecnologías y de los medios de comunicación, encargados de viralizar los rumores, los escándalos y las prácticas de engaño.
Ya Noam Chomsky había advertido que muchos medios de comunicación (y yo diría que hoy sobre todo las redes sociales) son cómplices de engañar a sus audiencias, así como de trabajar para intereses particulares, pues favorecen deliberadamente a quienes los patrocinan.
¿Qué nos queda? Levantar más fuerte la voz para hacerles saber nuestro reproche moral.
DESDE SÓCRATES
Dice Koyré que "igualmente es cierto que la mentira política se da en todas las épocas y que hace miles de años ya se sistematizaron y codificaron las reglas y la técnica de lo que antes se denominaba demagogia y hoy se conoce como propaganda".
Es difícil refutar tal aseveración cuando encontramos que el mito fundacional de la filosofía narra la historia de Sócrates, dedicado a criticar a los sofistas por promover la práctica perversa de manipular los argumentos en función de intereses particulares entre los futuros gobernantes atenienses.