En el ocaso del año, diciembre pasea orondo sus días y nos invade de brisas juiciosas, exámenes de conciencia, evaluaciones de logros y arengas cargadas de palabras como solidaridad, amor y alegría.
Sin importar que el conteo del tiempo sea un invento del hombre, las celebraciones decembrinas marcan la consumación de un ciclo y el comienzo de otro. En el antes y el ahora buscamos que la vida sea mejor para todos. Falta saber si lo estamos logrando y de qué manera.
Hace tiempo vi un documental titulado "La teoría sueca del amor". Su contenido, por demás controversial, desata un sinfín de reflexiones en torno al sentido de la vida. Según se narra en el video, para los suecos las relaciones humanas genuinas, las que dan lugar al amor, son las que se basan en la independencia entre las personas, es decir, en la capacidad que desarrollen para satisfacer por cuenta propia sus necesidades y hacer posible sus aspiraciones de realización: que los hijos —en la juventud— no dependan de los padres, o que los padres —en la edad adulta— no dependan de los hijos. Dicho de un modo distinto, se trata de que las personas sean consideradas individuos independientes, no apéndices de otros.
La perspectiva se antoja interesante, a no ser porque la manera de entender los valores de la independencia, donde cada uno decide qué hacer sin que esté sujeto a otro, limita los márgenes de responsabilidad y la preocupación por el bienestar colectivo. Cada uno busca por sí mismo su bienestar, sin que le preocupe si los demás tienen las posibilidades para hacer lo propio.
Desde este enfoque, valores y principios como la solidaridad y el apoyo mutuo se ven anulados. Ya no es la familia la célula básica de la sociedad, tal cual la concebimos en muchos países de occidente, sino que se impone el individuo como unidad central de la sociedad. Es curioso que esta tendencia gane terreno en el mundo global, porque cada vez es mayor el número de personas ensimismadas en sus asuntos, abstraídas de la realidad por culpa del abuso de la tecnología o apartadas del trato social.
En contraparte, pienso que el hombre es un ser social que necesita de alguien más para que lo reconozca y escuche, so pena de quedar condenado a la soledad completa. Al respecto, la afectividad es uno de los motores más poderosos de la existencia, por lo que es preciso educar nuestros sentimientos para que el despliegue afectivo sea elevado, no solo en festejos como estos de fin de año sino siempre.
Para el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, el sujeto humano vive inserto en una red de relaciones a diferentes escalas, pero siempre imprescindibles. Sostiene que, si la moral se produce en el encuentro con el otro, entonces requiere presencia y proximidad, no solo física, sino sobre todo de atención, de responsabilidad.
En conclusión, es equivocado pensar que el bienestar se asocia a la independencia y la individualidad bajo la premisa de que vivir así nos exime de dificultades. La felicidad no se encuentra en la soledad. A decir de Bauman, la vida feliz significa superar los problemas. Lo traduzco de la siguiente manera: necesitamos más educación emocional para evitar caminos falsos cuando las cosas no van bien, porque los problemas son las oportunidades que se nos presentan para forjar el carácter, ser virtuosos y demostrarnos a nosotros mismos que podemos vencer obstáculos y experimentar la dicha de salir airosos.
UNA LECCIÓN QUIJOTESCA
Antes de que Sancho Panza se dispusiera partir para gobernar la Ínsula, Don Quijote le dio unos consejos que, bien apreciados y aplicados, contribuirían a forjar su carácter y lo encaminarían por venturoso camino (segunda parte, capítulo XLII):
"Primeramente, ¡oh, hijo!, has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada. Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey... Si tomas por medio a la virtud y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los príncipes y señores; porque la sangre se hereda, y la virtud se conquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale".