No siento rabia. No tengo miedo.
En lo que a mí respecta -y estoy seguro de que en mi misma situación están millones de compatriotas más- el intento de la derecha conservadora para manipularme y despertar en mí esos dos instintos primitivos y terribles ha fracasado estrepitosamente.
No se infectarán, estoy seguro y pese la virulencia y masividad de la peste desatada por los estrategas de guerra sucia de la oposición, la cantidad de personas que necesitan para impedir el naufragio anunciado de Xóchitl Gálvez.
Tampoco podrán hacerse, como en el 2006, de la fuerza necesaria para perpetrar otro fraude electoral o poner en entredicho los resultados de los comicios.
La infamia como estrategia, esta vez, no habrá de funcionarles.
Tirarán a la basura su dinero los oligarcas que financian las vilezas con las que la oposición satura los medios y las redes.
No lograrán su objetivo de volver a someternos las agencias extranjeras que, acostumbradas - como establece la directriz de la CIA de 1954- a "hacer cosas repugnantes", alimentan la red de calumnias y usan a periodistas venales para esparcirlas.
México no es el Panamá de Noriega; ni el Irak de Sadam Hussein. Las patrañas de la "gran prensa" ya no le alcanzan a Washington para, gracias al engaño mediático, empeñarse en otra aventura intervencionista.
Dilapidarán los medios que se sumen a la guerra sucia -y son legión- la poca credibilidad que les queda.
Otro tanto sucederá a los intelectuales y líderes de opinión que se han puesto al servicio de la derecha conservadora; solo una minoría infectada por la rabia les seguirá siendo fieles.
Del descrédito pasarán al olvido.
Es tiempo de canallas el que vivimos; canallas, además, a los que les sobra la plata y que son capaces, aprovechándose de la laxitud de las autoridades electorales y de los vacíos regulatorios, de quitarle lo "benditas" a las redes sociales.
Canallas qué, como aquellos que en el S. XIX se hincaron ante Maximiliano en el castillo de Miramar, hoy van a Washington a pedir a los norteamericanos que intervengan en nuestro país.
Canallas capaces de coordinar, incluso -y ya que la inseguridad es su bandera- acciones con su viejo aliado; el crimen organizado.
Asco más que miedo, indignación más que rabia, despiertan en la mayoría de la población las vilezas de las que son capaces.
La estrategia de la infamia de la derecha -de eso no se han dado cuenta eufóricos como están por su "éxito" quienes diseñan la guerra sucia- da nuevo aliento a la memoria colectiva.
Se olvidan los conservadores de que la gente los conoce y fue víctima, por décadas, de los crímenes, los abusos, los excesos de los gobernantes del PAN y el PRI.
En el espejo se ven los calumniadores -y eso lo sabe la gente- cuando enumeran los supuestos crímenes de Andrés Manuel López Obrador.
Son ellos, priistas y panistas, los que, como Felipe Calderón, le entregaron el país ensangrentado al narco y a la DEA.
Son ellos priistas y panistas los de los fraudes electorales, la represión y el saqueo.
Son ellos priistas y panistas los que compraron medios, voces y conciencias para perpetuarse en el poder y quienes los usan para llevarnos de nuevo al pasado.
Lo recuerda la gente.
Lo saben la mayoría de las y los mexicanos.
Ya no les creen porque están conscientes de que, como decía Benito Juárez: "los déspotas aborrecen la luz y la verdad". Ya no los quieren de regreso en el poder.
"Somos -dice José Saramago y tiene razón- la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizás no merezcamos existir".
Conciencia, memoria y responsabilidad, que sobran al pueblo de México, uno de los más politizados del mundo, son el mejor antídoto contra esta peste que esparcen la oposición y sus voceros.