Antes lo podían todo; defenestrar a un político, desprestigiar a un movimiento social o a un partido, debilitar a cualquier institución, imponer la versión más disparatada de los hechos, destruir la vida y la reputación de una mujer o un hombre, provocar la quiebra de una empresa.
Instalados en sus estudios de radio o televisión, en las oficinas en las que redactaban sus columnas o inventaban sus "exclusivas", asiduos visitantes de Los Pinos, hacían y deshacían a su antojo.
Sólo ante el presidente se doblegaban mientras qué, a las y los secretarios de estado y a otros altos funcionarios, les vendían caro favores, menciones y entrevistas.
Creció tanto su influencia, se volvió tan incontestable su peso en una sociedad condenada a abrevar de solo unas cuantas fuentes de información que dejaron de verse a sí mismos como el "cuarto poder".
Conductores del país se creyeron sin haber recorrido sus campos, pueblos y ciudades jamás.
Líderes de opinión, intérpretes del sentir de una mayoría ciudadana con la cual no se rozaban siquiera se pensaron.
Dueños del oído presidencial; hacedores de candidatos; grandes electores; inventores y guías de mandatarios; más que el poder tras el trono; el poder mismo se sintieron.
Los enloquecieron la fama, el rating, las enormes fortunas, que al amparo del poder amasaron, y tanto que se olvidaron de que, eran el presidente en turno que les pagaba por callar y les ordenaba que decir y el viejo régimen, al que servían hasta la ignominia, a quienes debían la posición privilegiada desde la cual podían mentir impunemente.
Abajo se vino su mundo, con ese régimen corrupto, gracias al voto mayoritario de la gente que también a ellos les dio la espalda, en el 2018.
Desde entonces, al mismo ritmo que su vileza y su rabia, ha crecido su impotencia; ya no son, como antes, dueños de vidas y haciendas.
Se sacan de la chistera una candidata y tan se les desinfla a los pocos días que ahora -en un esfuerzo tan estéril como irresponsable por posicionarla de nuevo- sueltan la especie de que, como Luis Donaldo Colosio, Xóchitl Gálvez podría sufrir un atentado.
Un atentado del que Joaquín López-Dóriga, Beatriz Pagés, Raymundo Riva Palacio y otras y otros más culpan anticipada y sincrónicamente a Andrés Manuel López Obrador.
Y lo culpan claro sin mostrar prueba alguna.
Poco o nada les importa la seguridad de "su candidata"; quieren y necesitan que la desgracia caiga sobre ella, alientan e invocan -y lo saben- a los criminales con sus dichos.
Ante la inminencia de otra derrota electoral en el 2024 apuestan a la desestabilización del país; tan ajenos son al mismo, tan distantes están de la realidad nacional, que creen que si la paz social se rompe, la catástrofe -que buscan y desean- no los arrastrará como a todas y todos.
Porque desnuda su vileza, porque los exhibe, pero nunca los difama -como ellos hacen siempre- y les dice sus verdades puntual y directamente cuando mienten, odian al presidente.
Porque los confronta y desenmascara ante la sociedad, pero no involucra jamás a familiares inocentes, ni los insulta, ni orquesta campañas en su contra, como ellos hacen, quieren a toda costa destruirlo.
No deben rendirse, ni callar, López Obrador y la o el que lo suceda ante ellos.
La vieja e hipócrita compostura ante los medios incubó, con la corrupción y la impunidad, el huevo de la serpiente.
Ya no tienen ante sí, estos líderes de opinión herederos del tristemente célebre Carlos Denegri, esas "audiencias cautivas" sumisas y crédulas de antaño.
El país tampoco está -como ellos creen- partido en dos mitades.
Solo una minoría conservadora, cegada por la furia, cae ahora rendida ante su vileza.