La espiral del silencio

Es cierto que las redes sociales son una de las formas más ágiles de informarse

Si alguien todavía dudaba del poder de penetración de las redes sociales, de su vertiginosa propagación informativa y de su impacto persuasivo, seguramente se convenció al observar lo ocurrido la tarde del pasado lunes 11 de julio con la “fake news” de la muerte del Papa emérito Benedicto XVI. Importantes medios de comunicación internacionales y nacionales -incluidos los tabasqueños- publicaron la noticia en sus cuentas de redes sociales y de inmediato se viralizó. No obstante, se vieron obligados a desmentirla minutos después, cuando se dio a conocer que el reporte del supuesto deceso del pontífice en retiro fue originado de una cuenta falsa del presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, creada por el periodista Tommaso Debenedetti, autoproclamado el “campeón italiano de la mentira”.

Este suceso mediático exhibe el sometimiento de los usuarios a los cada vez más frecuentes yerros en las redes sociales por la exigencia de la inmediatez. Quienes por lo general recurren a ellas como fuente primaria de información, tienden a publicar o compartir noticias sin verificar su autenticidad.

Es cierto que las redes sociales son una de las formas más ágiles de informarse, aunque, dada su falta de control y rigor, la verdad periodística corre el riesgo de terminar cuestionada. En las redes la información es sobreabundante y gratuita, pero muchos internautas no la autentifican ni se preocupan por interpretarla, menos si procede de cuentas que tienen apariencia seria. Después de todo, el rumor es más rico y sorprendente que la noticia que lo aniquila, por varias razones: por su flexibilidad sintáctica, por las novedades que trae consigo, por la forma de contarse y por el nexo de complicidad que provoca.

¿Alguna vez se ha preguntado cómo hay personas que creen ciegamente en algunas noticias o defienden ciertas tendencias cuando en el fondo pueden llegar a ser un verdadero disparate? La respuesta a esta pregunta la ofrece la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann, a través de su teoría denominada “La espiral del silencio”.

Es común que las personas ajusten su comportamiento a las opiniones predominantes, aunque no sean las correctas. La llamada espiral ocurre cuando los que tienen opiniones minoritarias, aunque sean razonables, de pronto se ven enmudecidos porque las preferencias percibidas como mayoritarias aumentan y aumentan, y terminan por nulificar o absorber en una especie de torbellino los puntos de vista razonables. En términos de opinión pública esto es muy delicado, sobre todo en una sociedad tan mediatizada como la nuestra.

Solo imagínese la numerosa cantidad de individuos que en este momento pueden estar compartiendo información no verificada y al aumentar su difusión la hacen socialmente aceptable, la legitiman. Por ello, la espiral se hace más grande, difícil de detener, aunque la información haya sido originada con fines de manipulación o agresión. En poco tiempo, tenemos una gran masa que sin darse cuenta está validando mentiras o absurdos, una multitud que hace del prejuicio el mayor enemigo de la verdad, y los pocos que opinan distinto terminan por guardar silencio.

Cuánta razón tenía Giovanni Sartori cuando en su libro “Homo Videns: La sociedad teledirigida”, manifestaba que si las personas están sobre-expuestas a los medios, o a las redes sociales en nuestro tiempo, y forman su criterio a partir de los mensajes que reciben, terminan atrofiados, sin pensar con lucidez o criterio autónomo. Ahí está la explicación a la carencia de conducta crítica de las personas.

Si somos capaces de cuestionar; si desarrollamos la habilidad de discernir, corroborar y verificar la autenticidad de los contenidos que recibimos, evitaremos ser parte de la legión de zombies que, al difundir contenidos inciertos, infecta el mundo mediático con mentiras.