Cuando se vuelve necesario apretar los bolsillos para hacer frente al crudo incremento de precios que ha traído consigo la cuesta de enero, acentuada por los altos niveles de inflación que últimamente se han registrado en México (7.94% en la primera quincena del mes), no puedo dejar de pensar en las quijotescas faenas que deben realizar muchas familias para asegurar su subsistencia, sobre todo aquellas sobre las que se cierne el fantasma de la pobreza.
El fenómeno inflacionario al inicio de 2023 no tiene carta de naturalización. La crisis de acceso a ciertos bienes básicos (como alimentos y combustibles) tiene impacto global, sobre todo porque acarreamos la inercia del año pasado.
Aun cuando se ha presentado una escalada repentina del costo de vida, las proyecciones de organismos como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe indican que en los siguientes meses la oleada inflacionaria irá disminuyendo gradualmente, pero no será tan baja como la que había antes de la pandemia.
En medio de la aguda pérdida del poder adquisitivo, no es casual que me haya permitido calificar de "quijotescas" las batallas de muchas familias. La expresión cobra sentido si nos remontamos a la condición económica con que Cervantes perfiló a Don Quijote y Sancho Panza: seres menesterosos, pobres y desolados que buscaban, además de la inmortalidad, la cobertura cotidiana de sus necesidades.
Cervantes dio cuenta a sus lectores de los hábitos alimenticios y del menguado presupuesto de la familia del "caballero de la triste figura", cuando al inicio del primer capítulo escribe que el pobre Alonso Quijano, justo en el momento en que adopta el nombre de Don Quijote de la Mancha, comía "...salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes...".
Imagínese que tan sufrida debió ser la dieta del fiel escudero, Sancho Panza, si de por sí la del caballero andante ya era austera. Con esta vida de precariedades, en medio de una sociedad que se distinguía por un sinfín de problemas económicos, no resulta extraño que en muchas de las andanzas de Don Quijote apareciera su utópico proyecto de cambiar las condiciones de una comarca a la que veía plagada de abusos y agravios contra los menos acaudalados.
Los apuntes novelescos que les estoy compartiendo —amables lectores— remiten a las trampas de la pobreza y son producto del genio creativo del autor de una obra cumbre de la literatura española. Espero que el hecho de relacionar parte del contenido del libro con las actuales circunstancias económicas que estamos viviendo se quede solo como una atrevida ocurrencia de quien esto escribe.
Hago votos para que se cumplan las proyecciones y la elevada inflación sea transitoria, que pierda poder de permanencia, que pronto empiecen a estabilizarse los precios de muchos productos (sin causar estragos en el comercio), que el salario rinda, o de lo contrario la población más vulnerable se verá obligada a comer "duelos y quebrantos". En todo caso, es deseable que los gobiernos entronicen el utópico empeño de Don Quijote de mejorar las condiciones de la sociedad, en especial a favor de quienes menos tienen.
Parafraseando al ingenioso hidalgo, confiemos en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades.