La criminal venta de la mesilla

Santa Anna, el gran traidor y lo instalan otra vez como Presidente llamándolo Alteza Serenísima, para que venda el territorio de La Mesilla

Mediante los Tratados de San Ildefonso de 1800, la decadente dinastía española cede a Francia la inmensa comarca  de la Luisiana y Napoleón, tras su fracaso en Haití, vende en 1803 a los recién creados Estados Unidos este enorme territorio; dos millones ciento cuarenta y cuatro mil kilómetros cuadrados, más de la actual extensión de nuestro México, en la irrisoria cantidad de 15 millones de dólares.

Al año siguiente, en 1804, el Barón Alexander Humboldt culmina su viaje de cinco años por América  que termina en México. De regreso a Europa, visita Estados Unidos y es huésped durante tres semanas, del Presidente Thomas Jefferson, en Washington, al que informa de todos sus estudios y entrega planos de México en los que Jefferson marca una línea desde la desembocadura del Bravo hasta el Pacífico, como los límites que quiere con el sur, con lo que Chihuahua, Sonora y la Baja California se hubiesen perdido también.

Tras adquirir la Luisiana, los Estados Unidos se expanden de la costa atlántica que ocupaban, hacia el oeste, al centro del continente y  al sur invaden  militarmente la Florida occidental, al este del Misisipi y otro colindante con Texas;  primero  y tras obtener la cesión de estos territorios por parte de la indigna majestad católica, el Rey de España. Finalmente invaden la Florida oriental,  la península propiamente dicha; exterminan a los aborígenes semínolas, y expulsan a toda la población española y mestiza a Cuba. No aceptan nada que huela a Español.

Pero la dinastía hispana desciende aún más bajo con Fernando VII,  quien después de estos despojos,  firma en 1818 tratado de límites Adams-Onis, reduciendo la Nueva España a la alta California, dejando el Oregón que llegaba hasta Alaska, a los Estados Unidos, con lo que estos  acceden ahora al pacífico.

Y de esta forma, México proclama su independencia con un territorio ya tremendamente reducido, de cinco millones de kilómetros cuadrados  y ratifica los tratados de límite ya establecidos, tratado que ratifica el Senado norteamericano  ahora con la República Mexicana, en 1832, pero como siempre hacen muy poco honor a sus compromisos internacionales, pues tan solo cuatro años después, en 1836, inician el proceso que terminarían con la invasión a nuestro  país, despojándonos de más de la mitad de nuestro territorio y cumpliendo en gran medida las predicciones de Jefferson.

Pero el pueblo mexicano no aprende  las lecciones de la historia. Los  conservadores, eternos enemigos de México, traen de nuevo a Santa Anna, el gran traidor y lo instalan otra vez como Presidente llamándolo Alteza Serenísima,  para que venda el territorio de La Mesilla, más de 77,000 kilómetros cuadrados,  más que el Estado de Chiapas.

El tratado incluye la aceptación de que Estados Unidos construya un canal transoceánico en el istmo de Tehuantepec, con lo que se hubiese partido al país y estando pactado afortunadamente nunca se llevó a cabo. Se pactó una indemnización de 10 millones de dólares,  de los que llegaron menos de la mitad,  pues estos pillos alegaron gastos y comisiones. De tal suerte, que la venta fue  en sólo cuatro millones de dólares.

Este tratado  del 30 de diciembre de 1853 adolece de fallas de origen, en su perfeccionamiento, en sus dos partes, pues fue ratificado por el Senado de Estados Unidos  sin alcanzar los dos tercios que manda la Constitución norteamericana y  no fue enviado para su ratificación al Senado  mexicano, por lo que no forma parte de nuestra Ley Suprema y Estados Unidos ocupa de facto el territorio de La Mesilla. Ahí queda eso para los más entendidos en el Derecho Internacional. ¿Cómo podemos resolver esto, si esta venta  y este Tratado de Límites no han sido ratificado por el Senado mexicano?