Es común que se tipifique a tal o cual país como “democrático” y otro que no lo es. No estoy de acuerdo con ese método, ya que las características del uno y otro son importantes para ubicar a las naciones en una escala que va desde “imperial” en un extremo a “democrático” en el otro, y no necesariamente en uno de los puntos extremos.
Consideren a China y la India, la primera generalmente no se considera democrática y la segunda sí. Efectivamente, permea una libertad en la conducta del Indio que no lo tiene el Chino. Sin embargo, según reportes periodísticos, hay cerca de 100 criminales comprobados en el Parlamento Indio; mientras que en China periódicamente los fusilan. Se puede tener la libertad de conformar una empresa en 30 minutos en China; no así en la India, se requiere de meses si no años, con hasta más de 120 permisos, para hacer una construcción en Mumbai, como me confió un amigo hace unos años. En eventos internacionales como deportes o seminarios científicos, he observado que las delegaciones provenientes de la India se componen mayormente, a veces exclusivamente, de la alta burocracia (y sus familias) con una escasez grande de los deportistas o científicos realmente involucrados en esos eventos; mientras que China sí envía a sus deportistas y científicos a esos eventos.
UN ÁRBOL IMPERIAL
Conceptualizamos al problema mexicano como un árbol cuyas raíces la conforman lo que se conoce como el modelo imperial. El principal tronco es el sistema político, el sector público, el federalismo fingido, los monopolios públicos y los sistemas educativos, de salud y de alimentación. Todos se alinean al árbol imperial, porque todas sus raíces van a dar hacia esos troncos, ramas y finalmente los frutos, que serán muy amargos, como la pobreza, el desempleo, la inseguridad, y la corrupción; cuatro frutos convertidos en graves problemas que hacen de la vida de muchos mexicanos un infierno terrenal.
Los cuatro frutos ya referidos, convertidos en cuatro graves problemas del mexicano, cuatro jinetes del Apocalipsis nacional, se interrelacionan estrechamente e impiden un avance de la Nación. Si hay corrupción, inevitablemente hay violencia, porque la corrupción exige como primer paso el despojo. La corrupción es un acto de violencia contra el bien común o ajeno mediante el arrebato a favor de un particular de un recurso público y colectivo; violenta la justicia relegando a los mexicanos meritorios y poniendo en su lugar mexicanos muchas veces a recomendados sin méritos, lo que impide un Estado de Derecho justo y equitativo, generando más violencia. Es un acto de violencia quitar una persona de un puesto al que está capacitado y dárselo a otro que no tiene mérito, pero que por sus relaciones con alguien poderoso, según el modelo imperial, logra hacerse del cargo. Sabemos cuál de los dos lleva al desarrollo y cual lleva al desastre. La corrupción conlleva en cada uno de sus actos la violencia personal, legal, social, comunitaria, nacional, estatal, familiar, empresarial, laboral, etc.
Conscientes de eso no sólo solapamos la corrupción, sino que nos corrompemos cuando está a nuestra conveniencia personal; esto produce una característica nacional de premiar a la persona corrupta sobre los intereses de la Nación entera, característica que pinta poco en la decisión de beneficio individual, pero hunde a México como país.
De la misma manera, la corrupción se refleja en el desempleo porque produce una economía débil e improductiva, que no va a servir a las necesidades de los mexicanos. El sistema económico se vuelve cada vez más improductivo, y el principal recurso de la Nación, el trabajo honrado y esforzado, se evapora frente de nuestras narices sin ser atendido por la Nación; se emigra, o, peor se une a la delincuencia nacional, organizada o no.
Para muchos mexicanos, la corrupción se convierte de alguna manera en que otros esquilmen los bienes colectivos y hasta los de su propiedad personal, para beneficiar a los dueños de los monopolios nacidos muchos en el seno de nuestro Gobierno (Federal, Estatal o Municipal). Se tiene una estrecha relación entre la corrupción y la mala economía; por así decirlo: entre más corrupción, peor economía. (*Cuatro jinetes de nuestro Apocalipsis nacional: corrupción, inseguridad, desempleo y pobreza. En “México y su modelo de desarrollo”, Centro de Estudios de Investigación del Sureste)