Keynes contra el neoliberalismo económico

En los albores del capitalismo, cuando la revolución industrial en Inglaterra

(Primera parte) 

En los albores del capitalismo, cuando la revolución industrial en Inglaterra y más tarde en otros países de Europa cobró fuerza y auge, el optimismo entonces de los 

empresarios y teóricos en el nuevo sistema económico nunca pensó que algún día ese sistema caería en recurrentes crisis económicas hasta evidenciar hoy que ese sistema no es el mejor para solucionar los problemas de la humanidad. 

El auge industrial, desde la primera mitad del siglo XIX, cuando Inglaterra se convirtió en el taller manufacturero que surtía a todo el mundo de manufacturas, se 

sustentó además en una creciente y violenta expansión territorial, comercial y colonialista sobre los territorios y pueblos de Asia, África y América. Ese colonialismo implicó la sujeción y el dominio por la fuerza de estos pueblos y el saqueo de sus recursos naturales y la esclavización de sus pobladores.  

Buena parte de los crecientes capitales surgidos en Inglaterra se alimentó en la criminal y masiva trata y el comercio de negros de África durante varios siglos. Todo ello fue un cruel genocidio, genocidio que hicieron también los ingleses que fundaron los Estados Unidos con todas las tribus que encontraron a su paso en Norteamérica. 

Numerosos pueblos y amplios territorios vírgenes qué conquistar y explotar, sobre el que se consolidó además un creciente comercio mundial le inyectaron mayor brío, 

optimismo y fe a los empresarios, políticos y teóricos europeos sobre el creciente sistema capitalista. Sin duda que el dolor y la tragedia de los pueblos colonizados y víctimas del genocidio, saqueo y explotación no entraba en ese optimismo, ni tampoco en los libros de Historia de las escuelas y universidades de los países “civilizados”, cuyos finos ciudadanos llegan a las iglesias los domingos y “creen” en Dios. (La doble moral). 

En esos años en que todo caminaba a pedir de boca para los colonizadores, el inglés Adam Smith, padre del liberalismo económico junto con David Ricardo, tuvo la ocurrencia entonces de afirmar que “…al buscar su propio provecho, el individuo 

(capitalista) era conducido por una mano invisible a promover un fin que no estaba en su propósito”, es decir, el egoísmo individual daba como resultado un beneficio para toda la sociedad. De esta manera el sistema, gracias a las virtudes del mercado, de la “Mano Invisible”, funcionaba de maravilla para beneficio de todos. Para Smith y seguidores, el libre mercado por sí solo generaba pleno empleo, estimulaba por sí solo la inversión, beneficiaba por sí solo a toda la sociedad y lograba el equilibrio automático de todo el sistema económico. 

Para Smith era inconveniente la intervención del Estado en la economía, “…su intervención en los negocios humanos, por lo general es dañina. Al permitir a cada 

individuo de la comunidad buscar el mejor provecho posible para sí mismo, éste, obligado por la ley natural, contribuirá al mayor bien común”. Los resultados de años posteriores darían muestra de todo lo contrario: ese egoísmo lejos de beneficiar a toda la sociedad quedaría en mero egoísmo enriqueciendo a una minoría y dejando mayor pobreza para las mayorías. Y esta tesis del liberalismo económico de que la intervención del Estado en la economía no es conveniente sino además dañina sigue hoy vigente para el neoliberalismo económico que al final de cuentas es la misma gata pero revolcada. Y los nefastos resultados obtenidos a partir de Salinas hasta Peña los estamos viendo y sufriendo hoy en México. 

Lejos estaba Adam Smith de pensar que algún día a esa “mano invisible”, ley natural, le machacarían los dedos las recurrentes crisis económicas de los años venideros. 

Jamás se imaginó que las virtudes de su libre mercado, de brindar pleno empleo y el equilibrio automático, serían cuestionadas seriamente con los derrumbes financieros y de bolsas, por la parálisis masiva de toda la industria y del comercio, por el desempleo masivo y alarmante con sus hambrunas y creciente pobreza aun en las mismas naciones ricas. Nunca se imaginó el inglés que el optimismo de muchos alegres empresarios terminaría en el suicidio. 

Y aun cuando se habían dado ya las profundas crisis económicas en el periodo de 

1873 a 1914, fue el colapso financiero de 1929 y la Gran Depresión de 1930-33 lo que dio el alarmante aviso de que el libre mercado y la “mano invisible” eran inoperantes y obsoletos. En contraparte, y como un salvador de sistema capitalista, el gran economista inglés Lord John Maynard Keynes planteó la necesidad de la intervención del Estado en la economía para enfrentar los problemas cíclicos de las crisis económicas recurrentes y del desempleo. Además de teorías, Keynes diseñó una serie de estrategias prácticas, de economía política práctica para ser aplicada por el Estado con el fin de crear el pleno empleo y estimular a la inversión privada; todo ello no va en contra de la economía capitalista y del mercado en su conjunto sino lo que busca es estimular la inversión privada, generar mayores empleos con el apoyo del gasto del gasto público y una política fiscal y monetaria adecuada para alejar al sistema de las crisis económicas. 

Para explicárselo al lector no especializado en estos asuntos, la lógica del funcionamiento del sistema capitalista es como el juego de canicas que jugábamos de niños: en el devenir del juego uno, el gandul del barrio, se va quedando con todas las canicas y los demás, los que van perdiendo, al final se quedan sin canicas. Y al quedarse con todas las canicas y los demás sin nada, el gandul ya no tiene con quien jugar. Lo mismo sucede en la vida económica: en la lógica del capitalismo, una minoría se queda con toda la riqueza económica y la mayoría de la población al carecer de dinero ya no tiene con que comprar, esa mayoría sin dinero no hace mercado. Esa minoría que tiene concentrado el dinero no sabe qué hacer con tanto dinero pues no hay quien compre, se enfrenta a una mayoría sin dinero que no hace mercado. Y ese desajuste o desequilibrio se traduce en parálisis económica, en crisis de sobreproducción o de subconsumo, en recesión y en desempleo, se paralizan las fábricas y demás medios de producción, cierran los negocios y todas las máquinas quedan arrumbadas, el dinero y las acciones en la Bolsa se vuelven de polvo. Y todo ese potencial productivo queda paralizado, sin uso, a pesar de la pobreza y el desempleo masivo y el hambre de la gente. Porque la lógica del capital 

no es beneficiar a la gente, no es la vida de las personas sino la ganancia económica.