Se dice que nuestra Independencia se celebra el 15 de septiembre porque en la madrugada de ese día, para amanecer 16, el cura Miguel Hidalgo tocó la campana de su parroquia y dio el grito de rebelión.
La verdad es que no hubo ningún grito y las campanas sonaron en la mañana del 16, que era domingo. La noche del 15 fue vuelta noche patria después, porque ese día cumplía años Porfirio Díaz.
La Independencia tampoco se logró en 1810, sino en 1821 y su paladín no fue Hidalgo, sino Agustín de Iturbide.
La historia no puede corregirse pero pensar en lo que pudo suceder y no sucedió estimula la imaginación.
Eso hizo el gran historiador estadunidense John Coatsworth cuando se preguntó si hubiéramos tenido mejores años para independizarnos que 1810 o 821.
Su respuesta fue que sí. México perdió tres oportunidades de independencia que habrían mejorado mucho su historia.
La primera en 1776, mismo año de independencia de las trece colonias británicas, a las que apoyaron en su lucha Francia y España, por su rivalidad con Inglaterra.
Si los patriotas mexicanos hubieran declarado su independencia en esos años, España habría tenido que atenderlos a ellos, olvidándose de las colonias inglesas, las cuales habrían perdido su guerra con Inglaterra y ésta, libre de chambas americanas, podría haber ayudado a los mexicanos contra España.
La segunda oportunidad fue entre 1796 y 1808, cuando España entró en guerra con Inglaterra, llevada por Francia y Napoleón. Otra vez ahí los posibles rebeldes mexicanos, a los que la Corona española exprimía para mantener sus guerras europeas, habrían podido obtener el apoyo británico y separarse de España.
La tercera oportunidad de “una independencia propicia para México”, dice Coatsworth, habría sido la llamada “Guerra de 1812” entre Inglaterra y Estados Unidos, por la invasión estadunidense de Canadá.
Si Estados Unidos hubiera anexado a Canadá, se habría expandido hacia el norte y no hacia el sur: Sam Houston habría ido a colonizar Ontario, no Texas.
En todos estos casos, el gigante estadunidense habría tardado dos o tres generaciones en crecer suficiente para mirar hacia México, y México habría tenido tiempo para acomodarse en los enredos de su tiempo, y hasta para volverse una potencia.