En la Odisea, Ulises dice a Penélope que son dos las puertas por las que discurre el sueño: la puerta del cuerno y la puerta de marfil.
Por la puerta del cuerno bajan los sueños proféticos, los que anuncian cosas que habrán de cumplirse. Por la de marfil, llegan los sueños sutiles, las fantasías llamadas a disolverse sobre su propio rastro.
Las nociones de igualdad y de libertad son las puertas por donde fluyen los sueños de la historia, al menos desde la Revolución Francesa.
A partir de entonces, izquierdas y derechas pueden distinguirse por su énfasis en alguno de estos cuernos.
“Izquierdas y derechas”, escribe José Woldenberg, siguiendo a Norberto Bobbio, “pueden distinguirse porque las primeras han puesto el acento en la igualdad y las segundas en la libertad. Los dos grandes valores que puso en acción la modernidad, en principio y de manera simplificada, encarnan en dos grandes corrientes de pensamiento. No obstante, más de dos siglos han modelado diversas combinaciones en ambos campos: izquierdas y derechas autoritarias o democráticas, sensibles o insensibles a las fracturas sociales (Nexos, núm. 532 abril 2022).
Si entiendo bien, lo que sugiere Woldenberg es que el camino a seguir es el de sociedades que generen igualdad con sus libertades y libertad con sus igualdades.
Diría que esta búsqueda ha guiado el trayecto intelectual de Woldenberg y de buena parte de su generación.
Parece una agenda vieja, porque es una agenda clásica: cómo tender puentes entre la puerta del sueño de la libertad y la puerta del sueño de la igualdad.
La libertad sin restricciones no existe, es un sueño. Y la igualdad perfecta, tampoco: es otro sueño.
Un puente entre ambos sueños es lo que necesita el mundo, lo que necesita México. Y con mucho cuidado en las dosis de la mezcla.
Porque la historia dice que las libertades sin igualdad terminan en injusticia, y la igualdad sin libertades, en tiranía.
El equilibrio que la historia pide a gritos es libertad sin injusticia e igualdad sin tiranía. Pero de eso ha producido sólo prodigiosos miligramos, como diría Juan José Arreola.