La transformación de una realidad insatisfactoria lleva implícito un cambio del régimen político. Históricamente este proceso se ha derivado de una guerra civil, mediante la cual la facción triunfante elimina a las instituciones y los personeros del régimen derrotado; así sucedió en la Guerra de Independencia, en la Reforma Liberal y en la Revolución, con muy altos costos en vidas y recursos. La clase política imperante al cambio de siglo intentó un cambio mediante la alternancia de partidos en el poder, una especie de transformación pactada entre dos caras del mismo régimen que a nadie satisfizo, incluso que recrudeció los grados de deterioro de la realidad nacional. La única alternativa viable fue la movilización popular y la derrota del viejo régimen por la vía electoral, la que mantuvo vigentes las instituciones y los partidos del viejo régimen que constituyeron una férrea oposición al cambio. Así sucedió en 2018 y en tales circunstancias se emprendió la transformación anhelada; no hubo ni podía haber un pacto de gobernabilidad porque se trató de proyectos radicalmente distintos y contrapuestos. Se hizo necesario llevar un proceso cuidadoso para ir avanzando gradualmente, evitando la exacerbación de los conflictos políticos y consolidando el respaldo popular al nuevo régimen. Muchos quisieran una mayor radicalidad, pero la principal tarea del dirigente es consolidar y mantener el poder ante las amenazas de una poderosa oposición económica y mediáticamente atrincherada.
Por ejemplo, nadie pone en duda la necesidad de una reforma fiscal, lo difícil es determinar su oportunidad y pertinencia. Antes de pensar en una reforma en la materia era indispensable restañar el sistema vigente, en términos de evitar la evasión y la condonación a los grandes contribuyentes, como se hizo, y en paralelo mostrar la eficacia del ejercicio presupuestal en obras y servicios, aunada a una real austeridad en la administración pública y un recio combate a la corrupción. No es un eufemismo hablar de contribuciones en vez de impuestos; me parece que este objetivo ha sido logrado de manera satisfactoria y se ha visto el efecto de un mayor presupuesto disponible dedicado a ofrecer un piso mínimo de bienestar en la base social, con una derrama de dinero sin precedente en sus diversos programas; también se ha registrado una muy importante inversión pública en infraestructura y su enorme generación de empleos, los aumentos de salarios y prestaciones laborales; todo dirigido a satisfacer el reclamo de justicia social y, no menos importante, la reactivación del mercado interno.
El INEGI registra una reducción de 5 millones de pobres y una reducción en la desigualdad. A muchos nos parece insuficiente por el hecho de que los grandes capitales se han visto incrementados a niveles nunca vistos, considerándolo una falla del sistema. No, por el contrario, esto es una confirmación del éxito de un modelo que otorga prioridad a los pobres, cuya mayor capacidad de consumo hace crecer la riqueza hacia arriba y una mayor concentración en la cúspide.
La nueva administración podrá colocar el segundo piso de la transformación ofreciendo una reforma fiscal progresiva, de suerte que el exceso de riqueza acumulado arriba sea retribuido al estado para continuar el circulo virtuoso de generación y distribución de la riqueza; su planteamiento contará con gran respaldo popular y, es de esperarse, una suficiente aceptación por los grandes contribuyentes. Haberlo intentado al revés sólo hubiese alimentado el conflicto político con escasas posibilidades de éxito.
Este es sólo un ejemplo de una forma distinta de gobernar, diseñada en sentido inverso a las imposiciones del exterior, en el que la prioridad se finca en la base del pueblo sin demagogia, por la que todos resultan beneficiados. Es una de las muchas facetas del humanismo mexicano.
El estado social de derecho, la mejora sustancial en los servicios de salud y educación, así como la gestación del sentimiento de orgullo de pertenencia serán temas a comentar en adelante.
Lo importante es garantizar la continuidad y la profundización de la transformación, objetivo de la mayor importancia en este año electoral. Se hace frente a una inconmensurable batalla en contra por una reacción conservadora que no se tienta el corazón para esparcir estiércol a diestra y siniestra, con sus medios de manipulación masiva y sus carretonadas de dinero. Es una obligación patriótica evitar que regresen y lograr un triunfo avasallador en las elecciones para ganar la presidencia y la mayoría calificada en ambas cámaras del congreso. De todos nosotros depende lograrlo.
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