HONRAR LA VIDA, PEDRO, tú siempre lo supiste bien. Y la sorpresa es que un día nos acontece la muerte, sin vuelta. También acontece la vida. Dos caras de la moneda. Más allá de las palabras. Más allá de lo que pudo ser y no fue. Nos quedamos siempre con el dolor y los recuerdos. La memoria viva, como llama ardiente. Con la nostalgia que ya empieza. Con el arrepentimiento del abrazo que no dimos. El café que no tomamos. La tercera cerveza, a la que No acudimos. Las palabras que no dijimos. Además, en la probabilidad de la falta de valor o humildad, que no pedimos disculpas o perdón, en algún mal entendido. Lo digo, claro, en lo general. Pero eso va quedando poco a poco atrás. Lo particular, lo del momento es un hombre que pierde la vida. Un hombre singular. Un escritor. Un promotor de lectura. Un ambientador de pláticas. Un benefactor de gatos. Un músico empírico que ponía canción a su voz de bajo: Pedro Hernández Gil.
ACONTECER LA MUERTE que sabemos propia. Que siempre la miramos ajena. Lejana. Que la cortejamos, incluso. Que jugamos con ella malabares. Le guiñamos a su cuenca. Le acariciamos su hueso de sensual cadera. Para ver si suelta prenda. Para ver si nos deja otro ratito, nomás. Y a veces sucede, que ya nos llevaba, aunque venía por nosotros. Y en buena hora nos deja disfrutar otro cacho de la bella vida. Solo que hay un momento en que esto más no es posible. Por las circunstancias. Porque es una tarea que tiene por hacer tajo, la muerte, con su guadaña. Y la lista lleva, precisa, para su palomeo. Porque ella rinde cuentas. No sabemos a quién. Pero siempre hay una probabilidad de error, señora muerte.
YO NO SÉ QUÉ ESCRIBIR, PEDRO. Más allá de los recuerdos. De "yo conocí a Pedro". Etc. Eso es fácil. Lo difícil, por ejemplo, para mí, es escribir que no fuimos cercanos. Aunque tampoco lejanos. Solo que sí convivimos en el taller literario El Jaguar Despertado, por varios años, los sábados de 5 en adelante allá a principios del 2000. Y quizá alguna vez fui a la salida, para bohemia, rumbo al Submarino. Pero no mucho. No muchas veces. Y las raras ocasiones, como ceniciento, me tenía que quitar. Porque yo iba ya de vuelta en esos menesteres.
DE VEZ EN CUANDO CAMINABA YO por el centro de la ciudad y pasaba a saludarlo. Dos o tres minutos. No mucho más, por mis quehaceres. "¡Pedro!", era mi saludo. "Qué tal, Calvillo", era su respuesta. Y platicábamos de algo del momento. Yo también venía de regreso en la compra de libros. A los tantos propios en casa, ya no quise sumarles otros más. Allí en La Antigua, algunas veces, en grupo, las charlas. Y nada más, como dice la canción.
DESTACO SU LABOR DE PROMOTOR de lectura, como coordinador de una sala, "la diversidad textual". Y taller literario del mismo nombre. Y siempre sus actividades de entusiasta y solidario promotor cultural. Alguna vez como lector-declamador de poemas con Árbol 9. Otras como lector de obra propia en mesas de lectura. Y siempre con la imagen de libertad en su forma de ser y parecer. Allí en Lerdo, al frente de su librería de viejo. Y últimamente en ese viaje a la Feria del libro de Guadalajara, acompañándose él con Rigoberto Reyes. Donde se le miraba muy activo, en diversos eventos de la misma feria, que siempre se sabe tiene un menú cultural muy amplio, entre música y presentaciones de libros. Y veíamos a Pedro feliz, en su ambiente.
HASTA HACE DÍAS QUE NOS ENTERAMOS por él mismo en sus redes, que andaba algo mal. Y realmente no sabíamos cuánto. No sabíamos la magnitud del daño en el cuerpo. La suspensión de una actividad programada. Y el decir de él que "con esfuerzo" estaba al frente de sus libros. Me indicaba que seguía mal. Pero que de seguro en recuperación. Como nos ha pasado a muchos. Que salimos de una de esas, y luego, con ciertos cuidados, nos recuperamos. Por eso la sorpresa, lamentable, de que Pedro ha fallecido. Y deberían recopilarse todos los mensajes de cariño y aprecio, con el dolor de su partida. Aún hay mucho por hacer, Pedro.
CIERTO, LOS GATOS. Siempre solicitaba donaciones de libros o, de perdido, croquetas para los gatos que siempre andaban por allí. No hay ciudad o barrio que no tenga sus gatos. Y es común mirar fotografías de escritores con gatos. Pocas veces perros. Y menos mascotas de otras especies. Así, leer que Pedro pedía alimentos para los gatos, era uno de sus rasgos de convivir con el entorno. Y allí sí es que uno se imagina, lo que será de esos animalitos inteligentes y orgullosos, sin Pedro. "¿Y Pedro dónde está?", se preguntarán, sin respuesta.
HAY UN GRUPO DE EX TALLERISTAS que podemos identificarlos con la galería El Jaguar Despertado. Entre ellos, Diana Juarrod, Sofía Verónica Sánchez Marín, Beatriz Pérez Pereda, Alejandro Breck , Sebastian Colorado, Pascual Junco Cruz, Indira Zúñiga, Jasmine Torres, Chano Méndez, Audomaro Hidalgo. Y entre ellos Pedro. Sin olvidar al anfitrión José Chepe. El café y el pan. Las más de las veces. Todos ellos y ellas, brillantes. Y nunca se diga que el maestro Calvillo (o sea yo) saluda con sombrero ajeno. Siempre he de decir que el mérito es de cada uno de ellos y ellas. A su constancia, a sus luces, a sus lecturas, a su perseverancia, a sus búsquedas. Que todo eso es algo que un coordinador no puede más que alentarlos, favorecer el ambiente. Motivar a los que más batallan en sus textos. Y reconocer a los que están listos para emprender el vuelo. Porque cada uno de ellos, cuando llegaron al Jaguar Despertado, ya estaba bien encaminado, de tal manera que siguieron su ruta y la siguen, brillando con su propia luz. Ganadores todos ellos (más allá de premios, publicaciones, reconocimientos), como jóvenes con conciencias de su ser y participantes vivaces, despiertos, en su entorno.
SOLO QUE AHORA PEDRO HA MUERTO. ¡Qué fea, qué horrible palabra! En este momento su cuerpo está aún con nosotros. Y dentro de unas horas vendrá la normal sepultura. Pero como bien dicen muchos y muchas que le conocen y que están sufriendo ya por su ausencia física: la calle de Lerdo no será más la misma sin la presencia luminosa de Pedro Hernández, el lector y motivador de lecturas. El vendedor de libros. El poeta y narrador. Porque vivía una vida poética. Y porque sus poemas, aún siendo pocos, son muestra de su indudable talento. Y sobre sus poemas o en convivencia con ellos, su narrativa era de un brillo singular, por su búsqueda, por no seguir el esquema de la forma tradicional. Al ser lector aferrado, sus textos iban tomando forma de lo universal, sin dejar de tomar elementos de lo local. El lenguaje no tiene fronteras. Ni tampoco camisas de fuerza.
LO VI LA ÚLTIMA VEZ POR LA CALLE Esperanza Iris. Le ofrecí aventón al centro. Acepto gustoso. Platicamos en e trayecto. Yo hice ese trayecto más lento, para aprovechar la charla. Y antes coincidimos en mesa, en la boda de Isaías y Lupita. También platicamos y disfrutamos ese momento de fiesta, invitados por la pareja amiga que unieron sus vidas. Fructífera su vida. De hecho. Me permito decir que las vidas no son largas ni cortas. Son fructíferas, de luces o son apagadas. Y la de Pedro fue de las más fructíferas y brillantes. Dice la canción "Honrar la vida": "...Merecer la vida es erguirse vertical,/ Más allá del mal, de las caídas.../ Es igual que darle a la verdad,/ Y a nuestra propia libertad/ ¡La bienvenida!/ Eso de durar y transcurrir/ No nos da derecho a presumir./ Porque no es lo mismo que vivir/ ¡Honrar la vida!