El 6 de agosto de aquel 1945, Alemania e Italia ya se habían rendido, ya no se disparaba un tiro en Europa, terminaba la segunda guerra mundial, y un embajador japonés en Washington trataba de negociar la rendición de Japón, que se encontraba totalmente vencido.
Pero a los Estados Unidos, los perpetradores de los peores crímenes de guerra y contra la humanidad, no le bastaba la rendición, querían sangre, venganza, y sobre todo sentar un precedente de fuerza y crueldad, sobre todo, frente a la Rusia aliada y también vencedora en esta contienda.
Y Harry S. Truman quería pasar a la historia como perpetrador de un crimen sin precedente histórico, el primero en ordenar el uso de la bomba atómica para matar, de un solo golpe, a aproximadamente 140,000 civiles, en un país vencido, que negociaba su rendición.
Pero no solo fue esa cifra record de civiles muertos, sino la secuela trágica, de los efectos nocivos de la radiación atómica, a lo que tenemos que agregar el segundo bombardeo tres días después a la ciudad de Nagasaky, con muertos, efectos y secuelas similares.
Y así fue, ese 6 de agosto, en un avión C29 Superfortress de la fuerza aérea norteamericana, tripulado por el coronel Paul Tibbets, al que le puso el nombre de su madre, Enola Gay, se llevó aquella bomba atómica, bautizada como "Little boy", de tres metros de longitud por 71 centímetros de diámetro y poder destructivo de 15kt, que fue lanzada desde 10,000 metros de altura y detonada a 600 metros de Hiroshima.
La bomba explotó arriba de la Clínica quirúrgica de Shima y produjo un hongo gigante con vientos centrífugos a una temperatura de más de un millón de grados centígrados que incendiaba todo. El copiloto Robert Lewis al ver aquello comentó: "Dios mío, que hemos hecho".
La detonación tuvo efectos a un diámetro de 50 kilómetros y al terminar los incendios empezó a caer una lluvia negra de cenizas con material radioactivo que dejaría múltiples secuelas entre otras cosas de leucemias y diferentes tipos de cánceres.
Y el 6 de agosto fue Hiroshima y el 9 de ese mismo agosto de 1945 Nagasaky con los mismos efectos. Y los norteamericanos cuentan con una gruesa quinta columna de millones de malos mexicanos, que los ven como los gobernantes del mundo, que aplauden sus prácticas y que van ante ellos a acusar a nuestro gobierno. Y como en siglos pasados, piden su intervención, no importa a que costo sea, aunque hayan Hiroshimas mexicanas.