De la política se dicen cosas no tan buenas, porque a diferencia de un análisis minucioso acerca de su ejercicio, suele evaluársele en función de aquello que la gente observa en periodos electorales, cuando el grado de exposición es mayor: hay ofensas, acusaciones mutuas y una retahíla de ideas fantasiosas que terminan por chocar con la realidad.
Hoy por hoy, una buena parte del electorado recibe con cautela las promesas de campaña de algunos candidatos porque resultan inverosímiles. Son palabras que endulzan los oídos, pero no desafían la razón. Con acierto decía Abraham Lincoln que "el compromiso es lo que convierte a una promesa en realidad", y de eso, de falta de compromiso, adolecen muchos actores.
Seguramente usted ha visto y conoce bien a quienes están acostumbrados a hacer campañas en tono poético (sin menosprecio de la poesía, a la que prefiero como inspiración, manifestación de la belleza y bálsamo para el alma), campañas con "verdades" muy alejadas de este mundo, asumiéndose como sostenedores del cielo, redentores e iluminados que tienen el poder de articular con sus palabras la panacea a todos los males públicos, pero terminan enredados en su propio verbo.
A Mario Cuomo, exgobernador de Nueva York, se le atribuye una frase que usé de referencia para titular la presente colaboración: "se hace campaña en verso, pero se gobierna en prosa". Desafortunado que sea de este modo, pero es lo que el ciudadano encuentra a su paso en los tiempos que vivimos: histrionismo y mucha quimera.
Puesto que la prosa es pragmatismo y en la literatura sirvió a los vanguardistas para llevar una reflexión a las conciencias, no solo el ejercicio de gobierno (que nada tiene que ver con soluciones mágicas), sino también los procesos de una campaña electoral deberían estar impregnados de ella. Muchos cuestionarán mi tesis, sobre todo quienes se arrodillan ante la mercadotecnia política que equipara a un candidato con un producto comercial, al que se le puede crear una imagen vendible, atractiva, amorosa, aunque se tenga que recurrir a simular sus atributos.
Sostengo, pues, que se debe hacer campaña en prosa y gobernar en prosa. La política es un asunto serio, no un espectáculo callejero. Tan serio que cualquier propuesta debe tener fundamento, porque importa "el qué", pero también "el cómo". Una idea o una visión sin planeación es un sueño guajiro.
Les recomiendo el libro "Por qué fracasa la política" (Ariel, 2024), de Ben Ansell, catedrático de la Universidad de Oxford, quien sostiene que la palabra "política" está erizada de espinas. "Para algunos, hace referencia a las intrigas y a la deshonestidad de los políticos. Para otros, evoca la posibilidad de lograr colectivamente lo que nadie puede hacer por sí solo". Esta segunda definición entraña más razón que pasión, porque si el convencimiento del pueblo no parte de un argumento sólido es un fulgor frágil y efímero.
En origen, la política alude al hecho de tomar decisiones colectivas. Es cosa seria —sin caer en una posición canónica—, no una puerta a la impunidad de quienes, a golpe de TikTok o de Facebook o de Instagram o de X, confeccionan mensajes atestados de injurias y miedo.
Vuelvo al punto, la reiteración lo vale, y con esto cierro: se debe hacer campaña en prosa y gobernar en prosa.
UNA DE TUCÍDIDES
"Qué poco importa a la mayoría la búsqueda de la verdad y cuánto más se inclinan por lo primero que encuentran. Por eso no se equivocará quien, de acuerdo con los indicios expuestos, crea que los hechos a los que me he referido fueron poco más o menos como he dicho y no dé más fe a lo que sobre estos hechos, embelleciéndolos para engrandecerlos, han cantado poetas, ni a los que los logógrafos (asesores políticos) han compuesto, más atentos a cautivar a su auditorio que a la verdad" (Historia de la guerra del Peloponeso).
Abraham Lincoln diría: "Puedes engañar a todas las personas una parte del tiempo y a algunas personas todo el tiempo, pero no puedes engañar a todas las personas todo el tiempo".