Este artículo de opinión fue escrito con inteligencia artificial. En realidad, no, pero ya podría ser así perfectamente. Hay robots que buscan dan las noticias, que aciertan mejor que los médicos en los diagnósticos de cáncer o enfermedades pulmonares, incluso, los hay capaces de prepararle un trago a partir de una encuesta de preferencias. Brazos mecánicos que pican, cocinan, lavan. Los albores de una revolución tecnológica nos llaman a reflexionar a dónde queremos que nos lleve, antes de llegar a realidades que quisiéramos evitar.
Todo es aún muy especulativo, porque el desarrollo apenas inicia. Es quizá como internet en los años noventa, basado en el texto, poquísima interacción. Nadie entonces hubiera podido predecir TikTok o Netflix, ni tantos otros desarrollos que han transformado nuestra realidad para ampliarla, añadiéndole una capa más de complejidad digital.
Lo que sí sabemos es que será necesario establecer límites. Es forzoso desempolvar nociones de la ética, evitar que la inteligencia artificial contribuya a violar derechos. ¿Cuáles derechos podrían estar en riesgo? Todavía no sabemos bien, pero los primeros indicios han sido claros. Hoy es posible generar un audio en el que una persona diga algo que nunca diría, sólo con el registro de su voz. Lo mismo generar una foto, hasta un video, donde una persona aparezca en una situación que no ocurrió. Basta tener información suficiente. Esta tecnología podría rebasar fácilmente las capacidades de las pruebas periciales tradicionales para definir si una voz o una imagen corresponde a una persona. ¿Es ético sacar una canción que Badbunny o Luis Miguel nunca cantaron? ¿Es contrario a la libertad de expresión limitar la posibilidad de burlarse del Papa o el presidente con esta tecnología?
El primer gran golpe se lo han llevado músicos, ilustradores y fotógrafos, porque ha hecho increíblemente fácil que cualquier persona genere imágenes sin necesitar sus servicios. Es más fácil que nunca generar trabajos derivados. Sin embargo, la inteligencia artificial, aunque se la llama "generativa" es incapaz de crear por sí misma, obedece a las instrucciones que recibe y resuelve conforme el entrenamiento continuo que tuvo con grandes bases de información. Contenido que fue originalmente creado por personas a quienes no les pagaron derechos de autor, uso de sus materiales ni autorizaron que se generaran trabajos derivados de los suyos. Hay litigios por esto ahora mismo.
Hasta ahí vamos con algunos superfluos planteamientos sobre implicaciones a futuro en materia del trabajo, derechos de autor, medicina, artes y la posibilidad de que se roben tu voz e imagen. Poca cosa. Aterrizando en el presente, la realidad es que hoy vivimos en el imperio del algoritmo, aunque no nos demos cuenta. Las redes sociales e internet nos parecen una ventana al mundo, lo que son en buena medida, sin embargo, no es una ventana inocua, sino que el cristal está plagado de intereses. Lo que ahí encontramos lo deciden algoritmos que registran nuestras búsquedas, preferencias y opiniones, porque el acceso a esos contenidos no es gratuito, lo pagamos de modo tal que la mercancía somos nosotros. Nosotros y nuestros datos para mercadotecnia, que incluye la de tipo político.
Hablar de inteligencia artificial les puede parecer a algunos un salto hacia la ciencia ficción, son muy evidentes las posturas clásicas de apocalípticos e integrados, quienes piensan que las tecnologías nuevas nos llevarán al desastre o a sociedades mucho mejores. Sin ponernos a hablar de cosas que todavía no se han logrado, como la singularidad o que un robot sea consciente de sí mismo, este proceso electoral basta para constatar cómo, cada vez más, internet es un espacio nada neutro, lleno de propaganda e intereses varios.
Falta mucho por regular, mucho por reflexionar para establecer límites que nos permitan continuar en los márgenes de la seguridad sin afectar desarrollos que puedan ser benéficos para el futuro. Habrá que insistir en que los seres humanos estemos al centro, que no seamos desplazados por los intereses que, ahora mismo, se ceban de la falta de regulación para obtener la mayor cantidad posible de ganancias, a costa de la seguridad y el trabajo de otros.