En las redes sociales y en un sinnúmero de portales electrónicos podemos encontrar muchos textos que hacen apología de los libros. Su importancia como uno de los artefactos de punta creados por el ser humano genera consensos, incluso -a decir de algunos- por encima de la rueda, las computadoras o los teléfonos celulares, todos ellos inventos notables.
Los libros transportan ideas, hacen trascender el pensamiento de las personas a través del tiempo, vinculan a las generaciones y ponen delante de nuestros ojos mundos insospechados. Como alguna vez dijo Irina Bokova, ex directora general de la UNESCO, “tienen el poder para acercar a los pueblos y transmitir la cultura de las naciones y sus sueños para un futuro mejor”.
Aun cuando se reconoce el hondo valor de los libros, es paradójico que la industria editorial no sea de las más florecientes. En México, por ejemplo, los tirajes de las principales publicaciones son de unos cuantos miles de ejemplares, nada cercanos a los millones de personas que saben leer y escribir. En escenarios adversos, donde el promedio de libros leídos por la población alfabeta de 18 años y más apenas alcanza 3.9 libros (INEGI. Módulo sobre Lectura 2022), resulta admirable que haya empresas editoriales que se mantengan en pie y aspiren a convertirse en pilares de la economía nacional.
He querido compartirles este preludio para destacar que mañana 3 de septiembre se cumplirán 88 años de vida del Fondo de Cultura Económica (FCE), grupo editorial fundado en 1934 por el economista, historiador y sociólogo Daniel Cossío Villegas, con el propósito original de proveer de libros en español a los estudiantes de la Escuela Nacional de Economía, aunque no transcurrió mucho tiempo para que extendiera su labor editorial a otras ciencias sociales, como las humanidades, la divulgación de la ciencia y los libros para niños y jóvenes.
En 1934, año en que también nació el célebre pintor y escultor José Luis Cuevas y tomó posesión como presidente Lázaro Cárdenas, México era un país de dieciséis millones y medio de habitantes. Con el inicio de un nuevo periodo de gobierno, la educación adquirió un papel decisivo en el cumplimiento de la política gubernamental. Se puso en marcha una polémica reforma educativa que dio preeminencia a la enseñanza racionalista y socialista, lo que produjo escenarios convulsos en diversas regiones del país, sobre todo por las resistencias clericales.
Pero en aquel entonces, como hoy, México no era un país de lectores. Era justificable, por lo mismo, la creación de una editorial del Estado mexicano que subsanara la deficiente provisión de lecturas académicas en español.
Con el paso de los años, el FCE aumentó su número de colecciones y se distinguió por la pluralidad en sus publicaciones. Ha comprado los derechos de muchas obras en español y otros idiomas, lo que le ha permitido publicar, por ejemplo, a 65 premios Nobel y 33 premios Cervantes. Sin embargo, pese a la venta de libros subsidiados que representa un gran costo para el erario, seguimos siendo un país de pocos lectores. Dicho de otra manera, buena parte de nuestros impuestos está sirviendo para subsidiar a un diminuto grupo de la población que tiene el hábito de la lectura. A mí, a usted y a otros que leemos, esto nos beneficia, aunque en términos de impacto social es poco redituable.
Celebro que actualmente, cuando Internet abre las oportunidades de acceso a muchos contenidos culturales y académicos que era imposible tener hace 88 años, perdure el interés por inculcar el hábito de la lectura entre la población, con estrategias que provienen de los sectores público, privado y social. Acciones de esta índole justifican la existencia de órganos como el FCE, al que se le desea larga y fructífera vida.
Hago votos para que la aspiración de lograr una “república de lectores”, aludida por Paco Ignacio Taibo II (actual director del Fondo), marche más allá de un simple intento, porque solo la distingue una palabra del “país de lectores” que anheló Vicente Fox, sin ningún éxito evidente.
Por cierto, en el portal electrónico del FCE se puede leer la siguiente idea de José Emilio Pacheco: “Jamás sabré cómo sería el mundo si no existieran los libros del Fondo. Tampoco podré medir todo lo que me han dado. Lamentaré en todo caso no haber leído más, entre todo lo rescatable y digno de perduración y defensa en este cada vez más doloroso país nuestro sitiado por la miseria, la sequía y la violencia”.