La democracia se basa en ciertos supuestos. Idealmente se trata de construir consensos que sean racionales. Es decir, que los ciudadanos de las más diversas clases y esferas construyamos un acuerdo sobre lo que es mejor para todos, a pesar de los evidentes conflictos de interés que hay entre diversos grupos.
En un mundo en el que prevalece la lógica del empleo de los medios para la consecución, lograr la mayor eficiencia para ampliar los márgenes de ganancia, la actitud de priorizar los intereses propios sobre los del resto, este consenso es difícil, si no imposible de construir, porque partiendo de esa racionalidad, los demás ni siquiera importan.
A esas formas de pensar se refirió el filósofo Jürgen Habermas como racionalidad instrumental y estratégica, a las cuales opuso otra: la razón comunicativa. Esta otra forma de racionalidad es la que debería prevalecer, por ejemplo, en los debates, la que sería necesaria para el consenso colectivo en una democracia, porque se basa en el diálogo para el entendimiento colectivo.
Tratando de resumir la teoría de Habermas, la búsqueda de este entendimiento es una acción social, es la acción comunicativa. Para que funcione, requiere que la propuesta o declaración sea auténtica, es decir, que no se mienta para lograr un fin o un beneficio, que se refiera a una relación social o una situación en el mundo, que además conlleve una pretensión de validez, es decir, que se califique si es razonable o correcto. Con estas bases, el diálogo puede dar como resultado un verdadero consenso.
Para que funcione, todos los que participan han de ser sinceros, y no pretender lograr un beneficio para sí o un fin externo, han de participar en el diálogo de manera abierta, desde el supuesto de que los demás interlocutores tienen igual derecho y apertura a manifestar sus razonamientos, que se está en la obligación de escucharlos a todos con interés, con deseo de comprender para llegar al entendimiento, en vez de predisponerse a rebatir. En el proceso, los planteamientos de cualquiera pueden ser aceptados o rechazados, en general, se espera arribar a un acuerdo en el que muy posiblemente las posturas de todos se habrán modificado.
Todos los sectores de la sociedad deben poder participar, sin embargo, los políticos en particular deben evitar asumir posturas en las que busquen imponer al resto sus razones como verdad o sus pretensiones como las únicas válidas. Por el contrario, han de mantenerse abiertos a que sus ofertas sean debatidas y acceder a realizar concesiones cuando en el diálogo social se acuerde que es lo más conveniente para todos.
Sin embargo, puede apreciarse es que si hay un ámbito en el que prevalecen la razón instrumental y estratégica es el de la política, puesto que muchos la entienden como el arte de imponer a los demás sus fines, un medio para imponer a otros que costeen sus propósitos personales. Rara vez los partidos y actores políticos actúan por consenso, normalmente lo hacen por algún tipo de presión, sea al interior de su grupo o por factores externos.
Resulta notoria la actitud de no reconocer cuando hay coincidencias con otros partidos o contrincantes, la actitud sectaria, el revanchismo incluso al interior de los que se supone que son un mismo grupo. Los ciudadanos critican el pragmatismo de quienes que han pasado por todos los partidos con el único fin de seguir teniendo poder, pero ese consenso de crítica a la falta de solidez ideológica al que ha llegado la ciudadanía no ha escalado a las esferas de quienes tienen la prerrogativa de proponer aspirantes a cargos de elección.
La democracia enfrenta desafíos, especialmente cuando la razón instrumental y estratégica predominan en el ejercicio del poder público, de modo que se eclipsa la razón comunicativa, clave para lograr un verdadero consenso a partir de la participación inclusiva de todos los sectores de la sociedad. Aunque es complicado, somos los ciudadanos quienes debemos exigir un nivel de debate más elevado, con propuestas más elaboradas y transparentes. A cambio, también debe ser un compromiso que el voto sea razonado, no simplemente útil, sin críticas o por costumbre. Somos nosotros los primeros que debemos exigir y estar dispuestos a construir un consenso racional basado en el entendimiento mutuo. Somos los que debemos escuchar y reflexionar antes de actuar.