"Lo que uno aprende y realiza en la casa se aplica en la plaza" es una frase con aspecto de refrán. De seguro hay otros aforismos similares que circulan por ahí. No obstante, con esta idea quise sintetizar la forma en que la ética se extrapola de lo personal a lo público.
En perspectiva, el tema no es novedoso. Resulta que se relaciona con la conducta del ser humano en lo individual y en lo colectivo, porque el comportamiento del hombre transita entre la propia conciencia y las normas que rigen la vida en sociedad. Aristóteles diría que en el primer caso aparece la ética, y en el segundo (la finalidad y la conducta del hombre como miembro de una sociedad) aparece la política.
La ética, o la capacidad de discernimiento de una persona para orientar su conducta en función de lo que es bueno o malo, es un saber preciado que se forja en lo individual y se adquiere a través de los hábitos: llevando a cabo acciones justas nos convertimos en justos, realizando acciones templadas somos templados, haciendo acciones valerosas nos transformamos en valientes. Claro, también puede ocurrir lo opuesto: mintiendo nos convertimos en mentirosos y agrediendo nos volvemos agresores.
El caso es que cuando las costumbres son buenas reciben el nombre de virtudes éticas, y si son muchas, pues mejor, porque abundan los vicios que es preciso combatir.
Pero la ética —dije antes— se forja en lo individual. El asunto se pone interesante cuando la conducta del hombre transita de lo privado a lo colectivo, cuando aparece el concepto aristotélico de "animal político" y se vuelve necesario el uso de la razón para evitar que se desborden las pasiones.
Llegado al punto, cabe decir que en la rebatinga política de la que hoy somos testigos lo que predominan son los instintos. Poca razón doblega a la ambición. Poca razón modera los deseos. Poca razón desemboca en prudencia y sabiduría.
Mientras existan personas que en la vida pública supediten las virtudes éticas a las desbordadas ansias de poder, difícilmente se podrá combatir el desencanto por la política que está arraigado en muchos ciudadanos.
Ojo con esto: es imposible que alguien sin virtud ética y buen juicio realice buenas acciones. Esto nos lleva también a otra afirmación concluyente: si por ausencia de ética alguien es incapaz de discernir entre lo que es bueno y lo que es malo, difícilmente podrá conducir a los demás hacia el encuentro con el bienestar y la felicidad duraderos.
LAS HIENAS
Seguramente han visto las imágenes de las hienas, animales de cuerpo manchado, actitud tosca, cabeza robusta, poco afables, con expresión agresiva en los ojos y una amplia variedad de sonidos chillones o gruñidos estridentes. Animales que acechan agresivos a cualquiera que se les atraviese en el camino, lo que indica que están nerviosos o se sienten amenazados. Vean algunos videos sobre su comportamiento y notarán que normalmente atacan por la espalda. Son capaces de pelear, traicionar, destrozar —incluso a alguno de los suyos—, para quedarse con lo que tienen o conseguir lo que desean.
Sin duda, mucho tenemos los seres humanos de la conducta de los animales no racionales. Hay ámbitos en los que este comportamiento aflora de manera más pronunciada y resulta difícil atemperar las pasiones. Vuelvo otra vez al ejemplo de la política, terreno fértil para las discrepancias, donde a cada instante se someten a prueba las lealtades; donde los conflictos emergen porque alguien dejó abandonada la razón y, emulando a las hienas, lanzó una alevosa mordida.
¡Cuidado! Sin virtudes éticas, las debilidades de la condición humana pueden acercarnos al aborrecible comportamiento de las hienas. Bien decía Aristóteles: es una fiera quien no forma comunidad, sino que se vale de ella para sus fines.