* AMLO frente a sus interlocutores: un viraje histórico
* Del monólogo al diálogo; ventajas y riesgos del desgaste
* El poder necesita comunicar y hacer comprender su proyecto
Víctor M. Sámano Labastida
DECÍA don Daniel Cossío Villegas que hay un estilo personal de gobernar; también podría afirmarse que existe un estilo personal de comunicar. En Tabasco, Adán Augusto López Hernández hizo públicos algunos principios generales de su relación con los medios de información, con los periodistas y para el cumplimiento de las tareas de difusión del quehacer público. Habrá respeto y profesionalismo, señaló. A reserva de abundar sobre el tema hoy me permito abordar la comunicación desde la Presidencia, porque sin duda Andrés Manuel López Obrador será una referencia obligada.
Con AMLO se tiene un inusual fenómeno de comunicación gubernamental: recurrente intercambio de mensajes entre el Presidente y diversos interlocutores. Hay diferentes niveles: estratégicos, discursivos y de posicionamiento en la opinión pública. Es útil detenerse en la historia del discurso presidencial, para comprender dos cuestiones: 1) la dimensión del cambio en la comunicación gubernamental promovida por la Cuarta Transformación (4T); y 2) la capacidad de AMLO para marcar agenda con estrategias novedosas.
Los interlocutores cometen un error grave: creer que la retórica de AMLO es uniforme y simple. Confunden coherencia con uniformidad y lo sencillo con lo simple. Esto le sucedió (declaración del uno de enero) al EZLN con su vocero, el subcomandante Galeano/Marcos/Sebastián. En intervención crítica y subida de tono (‘no’ al Tren Maya y adjetivo ‘mañoso’ para AMLO), el Sub quizás esperaba un AMLO rijoso, enganchado a la descalificación. No fue así: “No me voy a confrontar con organizaciones populares ni habrá represión”.
Veamos un bosquejo histórico de la comunicación presidencial en México.
FAROLAS Y RELOJES: PUEBLO Y DEDO
UN COLABORADOR de Lázaro Cárdenas acuñó la frase que fue santo y seña del presidente michoacano: “Cuando el pueblo dice que es de noche, hay que empezar a prender las farolas”. Los ciudadanos, fundamento del poder. En la comunicación presidencial, esto cambió con Miguel Alemán: “-¿Qué horas son?, -Las que usted diga, señor Presidente”. El modelo viró 180 grados: el fundamento del poder era el Presidente mismo, con la toma de decisiones en solitario. El Ogro del Palacio no toleraba disensos. La subordinación al sistema política dependía de la mano presidencial, que concedía o rechazaba sin contrapesos.
Esta forma autoritaria de comunicación se mantuvo, con matices, desde Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958) hasta José López Portillo (1976-1982). Los matices eran ideológicos y de bienestar: Ruiz Cortines y López Mateos no tuvieron problemas para imponer sus estilos (popular y de carisma) con un crecimiento económico del 6% anual; en cambio, Gustavo Díaz Ordaz concentró en el poder de su palabra y su responsabilidad la cerrazón del Estado, ante reclamos democráticos; Echeverría y López Portillo (1970-1982) fueron canto de cisne del nacionalismo revolucionario, con demagogia grandilocuente y portazos a interlocutores periodísticos que cuestionaron el monolito presidencial (Excélsior, Proceso). Eran otros tiempos.
CAMBIO DE CONTEXTO
CON LA TECNOCRACIA al alza, Miguel de la Madrid (1982-1988) montó un discurso de Renovación Moral para usufructo del poder, con un cambio de cuadros políticos. Comunicación presidencial como cortina de humo al cambio simulado.
Esto siguió con Carlos Salinas, en una variante significativa: el ego presidencial buscó aprobación múltiple, de los medios (que manejaban ya críticas pujantes), de las élites (firma TLC) y del pueblo (Pronasol). Ernesto Zedillo enfrentó un país mucho más abierto y plural en opinión pública. Se adaptó a las circunstancias de la transición democrática. Vicente Fox aprovechó la apertura y practicó un populismo cínico, de relumbrón, que desaprovechó el bono democrático. La presidencia entró al debate, pero se quejaba de su responsabilidad (¿Y yo por qué?). Felipe Calderón luchó contra la sombra del fraude (2006) y no pudo remontar su déficit de origen. Enrique Peña Nieto tuvo momentos mediáticos (2012/2013), pero se eclipsó en la ruta de impunidad y silencio.
Ninguno buscó diálogo público y debate sobre políticas de gobierno. Con excepción de Salinas y Echeverría, la comunicación gubernamental fue desarticulada y sin estrategias para fijar agenda. De cualquier manera, ningún presidente gustó de entrar a intercambios intensos, como lo ha hecho AMLO en los meses de transición y el inicio formal de su sexenio.
La comunicación de AMLO implica variantes en frecuencia de mensaje y gusto por el debate. Ante la táctica del avestruz peñista, AMLO parece demasiado proclive a los reflectores, con sus conferencias mañaneras que roban audiencia a noticiarios matutinos. Medición de la Universidad de Guadalajara: las conferencias de AMLO, con 20% del rating, compiten por la atención mediática de 7 a 8 am ; ya se quejaron TV Azteca y Televisa. Otros investigadores (Luis Estrada/Nexos y Roy Campos/Mitofsky) advierten de “un desgaste en esta forma de comunicación”, aunque no ofrecen datos duros.
Desde el exterior (NY Times, El País, O’Globo, El Clarín) se reconoce el genio comunicativo de AMLO. Procede entonces un análisis de los interlocutores que elige el Presidente y de los intercambios más intensos en que ha participado. Se trata, como ya dijimos, de un viraje de 180 grados en la comunicación presidencial. Si queremos comprender, hay que tratar de explicar. (vmsamano@yahoo.com.mx)