En pleno siglo XXI, aun con todos los avances en materia de derechos sociales e igualdad de género, todavía existen hombres que consideran inferiores a las mujeres y, bajo ese supuesto, se dedican a agraviarlas. Ocurre en muchísimos ámbitos: la familia, la iniciativa privada y el sector público, por mencionar algunos.
El término con el que se conoce al vergonzoso oprobio contra las mujeres es misoginia, y uno de los canales por los cuales se manifiesta es el lenguaje, porque mediante el uso de expresiones injuriosas se les denigra. Quienes cometen estos actos se desnudan a sí mismos como emocionalmente débiles y malogrados.
Entre los campos donde la misoginia halla caldo de cultivo sobresale la política. Casi siempre que ellas ocupan un cargo de relevancia no solo tienen que lidiar con la complejidad de los problemas públicos que otros no pudieron atender, sino que la demostración de sus capacidades provoca recelo y envidia. Resienten en carne propia la violencia a través de redes sociales y pasquines que, siendo medios poco regulados, empoderan a machistas agresores.
El tema no es nuevo, pero llama la atención que todavía prevalezca la perversa idea de presunta inferioridad de las mujeres —que de cierta manera busca mantener vigente el régimen patriarcal—, pese a los derechos y libertades alcanzados.
La historia, como decía el gran jurista y orador romano Cicerón, es la gran maestra de la vida. Por lo mismo, hay que evocar las largas luchas que las féminas han librado para sobrepasar barreras, con la finalidad de lograr su inclusión igualitaria en las actividades políticas. Recordemos que cuando surgió la democracia como el sistema que conocemos, primaba la ausencia de mujeres porque no gozaban de los derechos que hizo efectivos la Revolución Francesa. Con el paso de los años tuvieron que armarse de paciencia y tenacidad para desarticular preconcepciones malsanas sobre sus talentos y atributos.
Hoy, aun cuando Latinoamérica ha sido destacada a nivel mundial por el relevante rol que han cumplido las mujeres en puestos de representación política, queda mucho trabajo por hacer, sobre todo por la alta frecuencia con que los medios de comunicación y las redes sociales tienden a reproducir estereotipos de género asociados al ejercicio de los derechos político-electorales. Un par de ejemplos lo ilustra mejor:
En México, un estudio realizado por la "Red Luchadoras" durante las elecciones de 2018 registró 85 agresiones asociadas a las tecnologías contra 62 candidatas en 24 estados. En Argentina, según un monitoreo efectuado por el "Foro Violencia Política contra las Mujeres y Disidencias", durante las elecciones de 2019 el 85 por ciento de las aspirantes sufrieron violencia en sus perfiles de Twitter, Facebook e Instagram.
Aunque de seguro las cifras fueron mayores a las reportadas en los monitoreos, son una interesante referencia para evidenciar que las agresiones contra las mujeres en su vida política se reproducen con más énfasis a través de las redes sociales, en las que circulan memes, burlas, desacreditaciones, humillaciones, ataques verbales misóginos, y los troles hostigan e incluso amenazan.
Por mucho que haya esfuerzos para que las ventajas de la paridad se impongan (lo que a todas luces resulta aplaudible); por mucho que los cambios en las leyes aseguren a las mujeres una mayor participación y les brinden el acceso a cargos de representatividad, la misoginia continuará haciendo de las suyas mientras existan personas de mentes obtusas que alimentan estereotipos de género.
El año 2024 será políticamente significativo para México: dos mujeres se perfilan como grandes contendientes para ocupar la presidencia de la República. De ningún modo es osado afirmar que por primera vez una mujer será presidenta de nuestro país. Pero, a pesar de los innegables avances en materias de paridad, inclusión y participación política, lo preocupante es que, al calor de la contienda electoral, pulule tanta diatriba contra mujeres que aspiran a un cargo público o ya lo ocupan. La preocupación ya no es por un asunto legal, sino moral.
APOSTILLA
Resulta que a veces las actitudes misóginas provienen también de las propias mujeres, como cuando una de ellas señala a otra de ocupar un cargo no por sus méritos, sino por sumisión al líder. Ver para creer.
En la vida pública el alto volumen de la intolerancia termina por ahogar la voz de la sensatez. Eso sí debería causarnos escalofríos.