Según cuenta la tradición bíblica, Dios creó a Eva y se la dio por compañera a Adán. Se dejó Eva seducir por la astucia de la serpiente y Adán se rindió a los ruegos de la mujer. Pecaron ambos y llevaron su castigo. Ambos tendrían que enfrentarse a la muerte, ambos arrojados del paraíso, ambos quedaron sujetos a las miserias del estado de la culpa y a cada uno se le dio su pena particular: el hombre debía ganar el pan con el sudor de su frente y la mujer sufrir los dolores del parto.
La disputa sobre quién pecó más o quién pecó menos sigue vigente, pero no es tema de discusión en las presentes líneas.
El caso es que según se asoma en el enfoque de la creencia religiosa, que no por ser controvertida deja de ser susceptible de extrapolar a otros escenarios, al hombre, como más robusto y obligado a ganar el pan, se le encargó la protección y defensa de la mujer. Tal amparo devino en una especie de poder, dominio o gobierno sobre ella. Este hecho, es decir, el que la mujer hubiese de estar sujeta al hombre, fue una muestra del estado imperfecto a que quedó reducida la naturaleza humana, un signo palpable de la desigualdad.
Como relata Inés Joyes en su "Apología de las mujeres", un conjunto de cartas escritas a su hija en 1798, este desvarío explica por qué algunas veces son idolatradas como deidades y otras desacreditadas por su supuesta ligereza y vanidad.
A 226 años de haberse publicado este interesante ensayo —escrito con un tono vehemente—, sus palabras nos siguen trasmitiendo mensajes aleccionadores. Ya desde entonces revelaba una profunda convicción en la capacidad moral e intelectual de las mujeres y ponía sobre la mesa la denuncia del carácter desigual de las normas y los valores sociales. Si bien se ha avanzado, es a todas luces evidente que hoy, como ayer, la injusticia del trato de muchos hombres hacia las mujeres termina por ser degradante y hemos visto que a veces tiene desenlaces fatales.
Ante las agresiones frecuentes y el aumento de feminicidios, hay que desplegar la bandera del ¡Ya basta! La bandera del respeto y de la dignidad.
En su obra, Inés Joyes defiende la igualdad de la razón, porque aun cuando mujeres y hombres tengan diferentes cometidos sociales, no deben existir distinciones de capacidades morales e intelectuales.
Vale la pena que retumben en nuestros oídos algunas de sus más firmes proclamas, como cuando dijo:
"Yo quisiera desde lo alto de algún monte donde me fuera posible darles un consejo: oigan mujeres, les diría, no se sientan menos, sus almas son iguales o incluso superiores a las de los hombres que les quieren tiranizar. Usen las luces que el Creador les dio. A ustedes puede deberse la reforma de las costumbres. Respétense a sí mismas y les respetarán. Ámense unas a otras. Conozcan que su verdadero mérito no consiste en gracias exteriores, sino en hacer uso activo y decidido de su razón".
En el Día Internacional de la Mujer es justo reconocer que, con entereza y arrojo, ellas han ido ganando terreno en diferentes ámbitos.
Ahora que el tema electoral ocupa nuestra atención, cabe decir que, de conformidad con las primeras ideas del presente texto, Dios proveyó al hombre la fuerza; a la mujer, la perspicacia, y como era de genio más blando y flexible su voto en las decisiones fue condenado al segundo plano. Sin embargo, las intensas luchas por la igualdad le han permitido agenciarse importantes derechos. Cabe precisar también que en ninguna parte se prohibió a la mujer mandar soberanamente, pues al igual que ocurre en la familia, en la vida pública hemos visto pueblos gobernados por mujeres con sobrado tino y vocación de servicio. Falta mucho, sí, pero la ruta se encuentra cada vez mejor pavimentada.