Nunca tuve la suerte de aquellas personas que, desde su nacimiento, en la cuna, o en su almohada, ya tenían libros.
De esos que se mofan en decir: cuando era niño (a), en mi casa había colecciones de libros, y en la mesa, a la hora del almuerzo o en la cena, nuestros padres hablaban de muchas historias.
Y la emoción crecía, porque uno se imagina a los tíos, abuelos, primos, todos ellos lectores, hablando, por supuesto, de literatura.
En lo personal no fue así. En casa lo que se pensaba y se platicaba era cómo pagar la renta de ese pequeño cuarto, o más allá, qué comeremos hoy. No pasaba por la mente nada literario.
Más tarde, cuando estuvimos en la escuela secundaria, y los maestros nos obligaban a memorizar poesía, pequeñas historias o fábulas, y después recitarlas en el grupo, venía lo más frustrante: las risas de los compañeros cuando olvidabas una estrofa. Recuerdo perfectamente que fue una época de tartamudez, y la mente, a veces traicionera, prefería quedarse en blanco.
En mi caso, la literatura llegó un poco tarde, y lo peor es que no hubo un recetario para comenzar con algún título, todo vino casi de golpe, de una forma desordenada.
Empecé a leer revistas, de esas que uno podía encontrar cuando acudías al peluquero -porque antes no eran salones de belleza-, o cuando las encontrabas en algún rincón del mercado.
¿Cuáles eran? Kalimán, Águila Solitaria, Tabú, Memín Pinguín, El Transas, Capulina, Hermelinda Linda, más adelante, por razones de mi padre, El Libro Vaquero, pero sin imágenes.
Fue en la preparatoria cuando hice amistad con un maestro, quien nos daba la clase de Derecho, y en esas horas nos llenaba de artículos y textos en prosa.
Jesús Jiménez, era su nombre, de avanzada edad, de baja estatura, pero con una gran sensibilidad para explorar el mundo literario. En la biblioteca lo mismo nos hablaba de música, libros, películas, viajes... que uno se quedaba casi hipnotizado cuando se tenía el tiempo de ir a verlo.
Con él conocí a Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Renato Leduc, y aunque no entendíamos muy bien, nos citaba a Jorge Luis Borges, la novela Madame Bovary, de los hermanos Karamazov.
Luego vino Juan Rulfo con su Pedro Páramo, y la poesía de Jaime Sabines, de quien empecé a leer con más pasión. Recuerdo que en grupo leímos una novela corta de Carlos Fuentes, "Aura", además de darnos un susto, nos levantó ese ánimo viril de juventud, tiempo después supe que fue sancionada por el gobierno de Vicente Fox.
Hoy promovemos la cultura y la lectura. Existen otros maestros que nos guían por estos caminos. Don Jesús Jiménez (q.e.p.d), siempre lo llevaré en mis más gratos recuerdos.