El regalo a una elefanta

En un parque nacional de la India, una elefanta hembra, enfrentada a la escasez de alimento, se aventuró fuera de su hábitat y se acercó a una comunidad local.

LOS ELEFANTES SON INTELIGENTES Y CONFIADOS. Tenemos una imagen de ellos desde niños. Y más con la canción de "un elefante se columpiaba en la tela de una araña...". Y miramos en dibujos la escena del elefante columpiándose. Pero he aquí que me entero sobre una hembra elefanta que por hambre escapó de su hábitat en un Parque nacional protegido en la India, y se acercó a una comunidad. Escaseaba el alimento. Y confiada merodeó, lo que es algo común. Fue en la India, que de todo tiene. Incluso la bondad. 

ENTONCES SE ACERCÓ y le dieron de "regalo" una piña, suculenta a simple vista. Y he allí de la irracionalidad criminal, del tonto que se cree listo, para hacer reír: Esa piña incluía explosivos y explotó dentro de ella. Y ríe como loco. Solo que aquí va contra un noble ejemplar de otra especie. Así que la risa se petrifica. ¿Qué pasa por la mente del asesino? Indigna, donde quiera que estemos. Indigna más allá de percepciones distintas.

PERO EN ESAS ANDAMOS sin conciencia. Creyendo que es gracia una desgracia. No sabemos que hacemos mal contra nosotros mismos. Que todos somos uno mismo. Que lo que le hizo a la elefanta trasciende las fronteras. Y no digamos las fronteras geográficas. Sino las fronteras de eso que se llama bien o mal. No es que esté mal, y mucho menos, bien. Es la irracionalidad más cruda. Es la irracionalidad más brutal. Más tremenda. Porque eso ningún ser simple, al que llamamos irracional, lo hace. Y una hormiga o serpiente cuando atacan lo hacen instintivamente porque ven o sienten peligro. Solo eso.

LA ELEFANTA ANTE EL DOLOR ATROZ corrió hacia una laguna cercana. Y metió medio cuerpo hasta donde el fondo lo permitía. Lo hizo con el dolor y la impotencia de no saber lo que pasaba. El dolor era su universo, la medida de todas las cosas. Y en la laguna lograba calmar lo que no calma. Y quedó allí por horas, por tres días. Hasta que la muerte fue el alivio para su alma noble.

UNO SE ENTERA DE TANTOS ATROPELLOS. El afán de hacer daño por delante. El no sentir empatía por todo lo que vibra y se mueve. El sentirse roca con existencia. Y sentir que todo puede quedar impune. Tanto dolor que se concentra. Tanto mal que lo provoca. Y uno aquí escribiendo, yo desde el confort de tomar un café, aquel maestro desde un aula universitaria dando cátedras de hacer cambios sustanciales, por no decir revoluciones, tan solo de palabra y saliva. Y no. Esto no debiera ser. La humanidad perece en cada acto de barbarie.

NADIE PUDO SALVAR A LA ELEFANTA. El daño fue tanto. Parte de la mandíbula y la lengua las tenía deshechas. Y dentro de su vientre un bebé elefante no sabía lo que pasaba. Solo que el vibrar de su madre ante el dolor era distinto. Y estaba allí la muerte con rostro de inocente. La muerte no sabe lo que pasa. Llega y obra. Es su misión. Pero no dejaremos de señalar al criminal con su acto no de bestia, sino de atrocidad criminal, desquiciada mente que zozobra en el para qué la inteligencia y la razón. Sucedió en 2020 en Kerala, India. Suele suceder que jabalíes busquen alimento en los cultivos. Y esta elefanta salió del Parque nacional. Hathini es el nombre de la elefanta víctima.  

ES SOLO UN EJEMPLO de hasta dónde podemos llegar creyendo que es lo más bajo. Y aún sigue habiendo más fondo en este momento del declive humano. Y en cualquier otro lugar. ¿Qué hacer ante el hecho aparte de condenarlo? Asomarnos a nuestro alrededor. Y caminar humildes como aquel santo que nombraba hermano o hermana, a cualquier ser moviente, cuya inteligencia les es propia para su existencia y sobrevivencia.

HEME AQUÍ QUE GRITO. Heme aquí que escribo como si gritara. No hay remedio en el destino del hombre. La ruta es la destrucción sin sentido ni medida. Siempre habrá algo más demencial de lo que nos enteremos. Y hemos de consignarlo. Hemos de denunciarlo, escribe la indignación, la rabia. Aunque parezca inútil. Aunque lo sea. Hemos de mostrar al mundo sus miserias. La miseria del pequeño hombre que no merece el nombre. Que no merece el don de la vida, el don de la existencia en esta forma conocida.

CÓMO NO RECORDAR a su majestad del Tibet, el Dalai Lama cuando llegó a la Ciudad de México a dar una conferencia ante personas con dinero. La entrada que se cobra para solventar los gastos, solo ellos podrían pagarlo. Y al final de preguntas y respuestas, una señora bien vestida, con joyas hasta en la espalda, preguntó sobre de qué manera podría ella ayudar a la independencia del Tibet. Y el reverendo le dijo de esta manera, sabio y consecuente:

"SOLUCIONE LOS PROBLEMAS PRIMERO de su casa. Luego los de su barrio. Después los de su estado, luego los de su país. Y así un día llegará gradualmente a ayudar a solucionar los problemas que tenemos por la independencia del Tibet, nuestro pueblo". Y así nos queda de lección. Que la indignación sentida sobre la elefanta explotada con dinamita metida en una suculenta piña, idea producto de una mente criminal, la encausemos hacia lo que está a nuestro alrededor que es bastante. Un grano de arena no hace la playa, pero todos los granos juntos sí. Los grandes cambios lo hacen las pequeñas personas desde su mundo pequeño.