Ante la muy lamentable ola de suicidios que parece recorrer Tabasco, en la que hemos visto desde niños muy pequeños hasta adultos con hijos tomar la decisión de quitarse la vida, vale la pena revisar algunas nociones tanto sobre el suicidio como sobre la felicidad para tratar de arrojar luz sobre el asunto.
Emile Durkheim, considerado uno de los padres de la sociología como disciplina del conocimiento, señaló en su libro clásico que el suicidio es un problema social y consideró que hay sociedades en las que los individuos son más o menos propensos al suicidio por una serie de circunstancias complejas. Este problema no es nuevo, ni exclusivo de Tabasco o del país, es un fenómeno que a lo largo de la historia se ha dado en diversos momentos a medida que en las sociedades se van dando ciertos factores que es importante conocer y analizar.
Durkheim señala que hay sociedades que propician el suicidio por su propia estructura. Esto es materia de estudio de la sociología, mientras que sería materia de la psicología estudiar por qué algunas personas sí sucumben a estas presiones y otras no. Claro que son importantes las circunstancias particulares que enfrenta una persona que toma la decisión de acabar con su vida. Las afectaciones a la salud mental pueden ser severas, silenciosas y graves, más en un entorno en el que los servicios de salud mental no son baratos ni accesibles. Visto así, es un problema de salud y políticas públicas.
El padre de la sociología señala tres tipos principales de suicidio: el egoísta, en el que la víctima se siente aislada de su entorno social, es más frecuente en las sociedades a las que les falta cohesión, sentido de comunidad o pertenencia. El suicidio altruista es, al revés, motivado por un excesivo sentido de pertenencia en un entorno en el que el sacrificio de la propia vida podría percibirse como positivo u honorable, son ejemplo típico los kamikases japoneses y la cultura del harakiri. Finalmente, el suicidio anómico es más frecuente en sociedades en cambio, en las que el individuo pierde el sentido y estructura que dan las normas sociales, en la desorientación ante el cambio de valores sufre una falta de sentido de la vida.
Otras disciplinas, como la biología psiquiátrica y la neurociencia, han aportado conocimiento objetivo relevante sobre el funcionamiento de nuestros cerebros, útil para conocer mediante ciencia los procesos químicos en los que se basa la salud mental y su relación con nuestra forma de vivir. Las endorfinas que nos ayudan a sobrellevar situaciones de dolor físico o psicológico se pueden liberar al realizar actividades en grupo o bailar; la serotonina, que es crucial en el tratamiento de la depresión, se libera al hacer ejercicio físico, un masaje o evocar recuerdos felices; la dopamina, vinculada al placer, se puede liberar al establecer objetivos cortos al día y celebrar la satisfacción de cumplirlos, mientras que la oxitocina es una hormona que se libera cuando abrazamos a otras personas y formamos con ellos vínculos emocionales.
Así, nuestro cerebro está configurado para que nos sintamos bien bajo condiciones que nos permitan satisfacer necesidades básicas humanas: tener vínculos sanos y significativos con un grupo de personas es crucial para la salud mental, como también lo es tener un sentido de responsabilidad y pertenencia respecto de este grupo de personas, así como la percepción de que vivimos una vida en la que somos queridos y en la que podemos dedicarnos a algo que nos hace sentir que servimos a un propósito útil. Una vida en la que si bien hay momentos difíciles, también se puede encontrar satisfacción en acciones cotidianas y hay tanto recuerdos felices como vínculos con personas en las que nos podemos afianzar cuando atravesamos por una crisis.
Cabe preguntarse en qué medida la nuestra es una sociedad propensa al suicidio y qué es lo que ha cambiado recientemente para que se den tantos de estos episodios. Falta mayor cohesión, sentido de pertenencia y comunidad que nos permita transmitir a los más jóvenes lo importantes y valiosos que son, así como una serie de carencias y dificultades que resultan en que, con mayor frecuencia, hay personas a quienes la existencia les pesa tanto que deciden abandonarla.
El suicidio nunca es una decisión fácil, ni tiene una explicación sencilla. Nada se resuelve con sentenciar y juzgar a toda una generación como "de cristal". Hay que entender la complejidad de un entorno cambiante en el que el individualismo aumenta a tal grado que algunas personas se sienten aisladas y carentes de sentido. Podemos empezar por reconocer que el acceso a los servicios de salud mental es un privilegio y debe dejar de serlo.