Una de estas mañanas recibí el video de la mañanera en la que el periodista Jorge Ramos cuestionaba a López Obrador sobre la creciente inseguridad, materia que saca a la discusión cada vez que viaja a México para romper el esquema de periodistas-a-modo que define al espectáculo matutino. Con rostro serio y abundando en cifras, Ramos exponía que en estos cinco años y cinco meses del gobierno lopezobradorista, el número de homicidio dolosos ha superado las cifras de los sexenios anteriores. Cerró su participación preguntando al presidente qué recomendaría en materia de seguridad a quien habrá de sucederlo en el cargo. La reacción fue la que López Obrador tiene perfectamente ensayada, pone en escena cada vez que alguien presenta atrevidamente una pregunta comprometedora y reproduce a la perfección: negar los datos, aun reconociendo que los que se le han presentado—como fue el caso de Jorge—son oficiales, no extraídos de fuentes extrañas; descalificar a quien ha hecho el cuestionamiento, encapsulándolo en la categoría de indeseable—los opositores, los conservadores, los enemigos del pueblo—y escabullirse por la tangente recurriendo a y poniendo énfasis en otros temas.
Dos asuntos capturaron mi interés. El primero, ver al presidente lidiar con dificultades con los datos que sus ayudantes le habían preparado para "demostrarle" a Jorge Ramos que su interpretación estaba equivocada y poder sostener que "México es un país pacífico" e iniciar forzadamente la fuga hacia las muertes de jóvenes norteamericanos, víctimas del fentanilo, lo que calificó de tragedia. No hizo nada que no haya hecho en múltiples ocasiones. Pero no pude evitar pensar que algo está muy mal en el país cuando el presidente recurre diariamente a la cantaleta de que las-cosas-estaban-peor-antes, pero que en esas épocas los-periodistas-pagados-e-intelectuales-orgánicos-callaban-como-momias-y-dejaban-hacer. Algo está mal, además, porque por más esfuerzos truqueados que realiza el presidente, su contraargumentación es, siempre, extremadamente débil.
Resulta lastimoso comprobar que el presidente carece de recursos intelectuales para enfrentar un problema que es serio y cuya posible resolución reclama no sólo su entendimiento pleno, sino un compromiso político genuino. Algo está mal porque la escena se reproduce día tras día y nada pasa; nada ni nadie pone un alto al personaje, como tampoco a sus actuaciones. Un amigo que me acompañaba comentó que no entendía por qué Ramos insistía en asistir a la conferencia y en enfrentar a López Obrador, si sabe perfectamente que jamás le concederá la razón y, por tanto, lo esquivará. No cabe duda, me dijo, "a Ramos le encanta el protagonismo".
La segunda es que, a pesar de los beneficios que López Obrador obtiene de su diaria puesta en escena, existen quienes llevan a cabo acciones de resistencia. La edición del video de la conferencia y su distribución en redes es una de ellas. Gracias a ellos muchos nos enteramos de hechos como éste y los condenamos en nuestros círculos. Sin embargo, si bien la reproducción de puntos de vista diferentes contribuye a mantener viva la crítica e impedir la difusión del pensamiento único, tampoco ha conseguido frenar el permanente acoso a la denuncia, al pensamiento complejo, crítico.
Entendí, entonces, gracias a la reacción de mi amigo, que hemos normalizado la usurpación de la esfera pública por parte de López Obrador a través de las mañaneras. Hemos normalizado el cinismo, el desinterés por los asuntos importantes del país. López Obrador ha conseguido lo que quería: que seamos un país "mañanero". Un país mañanero en el que el presidente difunde sus mentiras y descalificaciones sin que nadie le ponga un alto. Un país mañanero en el que la mayoría de los medios han aceptado, a través de contratos de publicidad, enviar a las conferencias a encargados de la fuente condescendientes. Un país mañanero porque la noticia diaria es el presidente, su cinismo, su falta de visión y compromiso y no los problemas del país.
Lo que hace Jorge Ramos es lo correcto: romper la complicidad de medios y reporteros. Pregunta con datos oficiales, detiene las evasiones del presidente y no permite sus descalificaciones. Jorge Ramos pretende sacar la conversación pública del cerco impuesto por el "código mañanero" de López Obrador. Hace ver que el comportamiento de López Obrador es parte de toda una estrategia política que ha resultado altamente exitosa y no "porque así es él". Si la conferencia fuera cubierta por periodistas apegados al ejercicio crítico, López Obrador habría interrumpido ya su espectáculo diario.
Mi amigo destacó el protagonismo de Jorge Ramos; no reprobó la pobre y lamentable respuesta del presidente.
Recuperemos la esfera pública.